Existen acontecimientos y lugares que muchas veces pasan inadvertidos para una gran mayoría y, que debido a su especial singularidad, encanto, o misterio, son indispensables para el visitante a fin de ser apreciados y estudiados más a fondo. Quizás sean el inicio para que algunos buscadores de leyendas y misterios remuevan su pasado.
Tú puedes ser quien nos descubra esos lugares que están al borde del misterio y cuyo delgado velo fuerzas por romper. En este apartado recopilaremos los lugares que se visitan, su descripción, una pequeña reseña histórica y leyendas que se cuentan sobre ellos. Igualmente se narrarán los sucesos misteriosos e inexplicables que las gentes del lugar han conservado en su memoria a través de los años.
La cueva de los Tayos
A pesar de que existen distintas
opiniones sobre la fecha exacta de su descubrimiento, es muy probable que éste
se haya producido durante las exploraciones militares ecuatorianas en el
oriente del país, pese a que la existencia de éstos misteriosos túneles se
diera a conocer por Juan Moricz durante el trascurso del año 1969.
El descubrimiento de la cueva de los Tayos
El descubrimiento de la cueva de los Tayos
Juan Moricz era un espeleólogo
aficionado nacido en Hungría y nacionalizado argentino. Además es considerado
por otros autores como un experto en leyendas ancestrales. Su devoto interés
por el mundo subterráneo lo condujo a Sudamérica y, más tarde, a las selvas del
Ecuador a mediados de los años 60′, llegando a la zona de los túneles que
custodian los indios shuaras en Coangos.
Gracias a su conocimiento del
antiguo dialecto húngaro, “el magiar”. similar a la lengua de los nativos
shuaras, pudo entablar amistad con los guardianes de estos túneles, que suelen
frecuentar debido a la presencia de los Tayos, unas aves nocturnas que son
codiciadas en la comunidad indígena por sus huevos. Fue así como Morizc, con la
ayuda de los indios, realizó sus primeras exploraciones entre 1964 y 1969, este
último año, en el que además dio a conocer su inquietante hallazgo.
El acta notarial de su
descubrimiento, está fechada el 21 de julio de 1969 en la ciudad costeña de
Guayaquil y uno de sus párrafos contiene estas inquietantes palabras:
Esta extraordinaria afirmación
ponía en segundo plano la propia existencia de los túneles que, de acuerdo a la
opinión de Moricz, eran artificiales: Construidos supuestamente por ésta
civilización ignorada que vivía en las profundidades de la Tierra.
Otro dato detallado en dicha Acta
de descubrimiento y que llamaba considerablemente la atención era la existencia
de una Biblioteca Metálica de la cual no se obtenían más datos, aunque
despertaba el interés por el legado que aquella cultura habría podido
transmitir a nuestros tiempos. Una biblioteca de miles de libros de metal sobre
repisas, con libros de entre 10 y 20 kilos, páginas grabadas por un lado con
símbolos, diseños geométricos e inscripciones.
Localización de la cueva de los Tayos
En las faldas septentrionales de
la Cordillera del Cóndor, a una altitud aproximada de 800 metros, en una zona
montañosa irregular se sitúa la entrada “principal”, o mejor dicho la conocida,
al mundo subterráneo de la Cueva de los Tayos. El acceso consiste en un túnel
vertical, una suerte de chimenea con unos 2 metros de diámetro de boca y 63 de
profundidad. El descenso se realiza con un cabo y polea. De allí, un verdadero
laberinto se abre al explorador por kilómetros de misterio, que deben ser
recorridos en la más absoluta oscuridad. Las linternas más potentes carecen de
mayor utilidad ante las majestuosas galerías que posee el lugar.
La Cueva es denominada
habitualmente “de los Tayos” debido a que su sistema de cavernas es el hábitat
de unas aves nocturnas llamadas Tayos (Steatornis Caripensis), que constituyen
la misma especie que se ha hallado en otras cavernas de Sudamérica, como por
ejemplo, los “guacharos” en Caripe, Venezuela. El estudio inicial de esta
conexión intraterrestre entre especies de aves nocturnas lo abordó
detalladamente el sabio alemán Alejandro de Humboldt, en su obra: “Viaje a las
Regiones Equinocciales del Nuevo Continente” (1800). Es sumamente sospechoso
que una misma especie de aves ciegas esté diseminada en diversas cavernas de
Sudamérica. ¿Será que todos aquellos laberintos intraterrestres no son cavernas
aisladas y guardan una conexión?
En las inmediaciones de la Cueva
de los Tayos del Ecuador viven los Shuaras, quienes en el pasado fueron conocidos
con el nombre “Jíbaros”, famosos por su bravura y el arte de reducir cabezas.
Ellos son los primeros exploradores del sistema subterráneo, ya que cada mes de
abril bajaban a la cueva para hurtar los polluelos de los Tayos.
Las planchas de metal del Padre Crespi
De existir la increíble
biblioteca ancestral descrita en el testimonio de Moricz, en ella se
encontraría registrada la historia de la humanidad con una datación de miles de años de antigüedad. Al enigmático
descubrimiento se le suma la historia del Padre Crespi, ( más adelante se
narra), un Párroco Salesiano de la Iglesia María Auxiliadora de Cuenca y que según
relatos habría custodiado durante algunos años un conjunto de objetos extraños
que los nativos le obsequiaron como un gesto de amabilidad y gratitud. Estas
enigmáticas piezas, parecían ser muy antiguas, y contenían ideogramas en
relieve, una suerte de “código de información” o “escritura”. Sin embargo,
ninguna información útil puede obtenerse de ésta historia ya que estos objetos
fueron posteriormente robados y el Padre Crespi murió hace ya varios años.
En 1976, la revista
norteamericana Ancient Skies, publicó un revelador artículo del filólogo hindú
Dileep Kumar, con el análisis de los símbolos de una de las piezas del padre
Crespi – una lámina aparentemente de oro, de unos 52 cms. de alto, 14 cms. de
ancho y 4 cms. de grosor – Los resultados de su investigación concluían que los
ideogramas pertenecían a la clase de escritura Brahmi, utilizada en el período
Asokan de la historia de la India, hace unos 2.300 años… Cuatro años más tarde,
el doctor Barry Fell, Profesor de Biología de la Universidad de Harvard, identificaba 12 signos de la lámina en
cuestión con los propios signos empleados en el Zodíaco.
Teniendo en cuenta que estos
objetos se hallaron en el Ecuador, la biblioteca de metal descubierta por
Moricz en la Cueva de los Tayos, cobró mayor credibilidad. Los sucesos
acaecidos no tardarían en atraer la atención de los cazadores de misterios!
Expediciones a la Cueva de los Tayos
Esta es la secuencia de eventos implicados en
el rastro del tesoro según el sitio GoldLibrary
1946 – Primera visita de Petronio a la cueva
del tesoro.
1956 – Petronio
registra su historia.
1964 – Petronio es
entrevistado por: Alfredo Moebius, Andrés Fernández-Salvador Z, Pino Turolla y
Juan Moricz.
1965 – Primera visita
de Moricz a la Cueva de los Tayos en Morona Santiago.
1968 – Expedición de
los Mormones a la región de la Cueva de los Tayos.
1969 – “Expedición
Moricz” a la Cueva de los Tayos. Anuncio por la prensa.
1972 – Moricz y Dr.
Peña llevan a Erich von Daniken en un viaje a Cuenca.
1974 – Documento
notariado de los presuntos descubrimientos de Moricz (6 de Junio).
1975 – Primera reunión
de Stan Hall y Moricz. “Expedición de las Piedras” a Méndez.
1976 – Extraordinaria
expedición Británica – Ecuatoriana a la Cuevas de los Tayos de Stan Hall en
Morona Santiago.
1991 – Moricz muere de
repente en Febrero. En Septiembre Hall se reúne con Petronio Jaramillo y
comienzan a intercambiar información durante seis años.
1996 – Petronio y Hall
actualizan sus historias y formulan un plan de expedición.
1998 – Petronio es
asesinado cerca de su casa en Esmeraldas.
1999 – Hall empieza
viajes de reconocimiento al Oriente.
2005 – Hall publica la
localización calculada del tesoro. Informa a la Embajada de Ecuador en el Reino
Unido el 17 de Enero.
Andreas Faber Kaiser La Cruz del Diablo
La cruz del Diablo, es un texto
escrito por Andreas Faber Kaiser en el año 1992 y que relata su experiencia en
la búsqueda de éste increíble lugar durante su visita al Ecuador.
En 1986, me interné en solitario
en la selva ecuatoriana, en busca de la entrada que —oculta en la espesura
amazónica— da acceso a los túneles de los Tayos, que supuestamente albergan el
valioso legado de una civilización desconocida.
Desde entonces guardé silencio
sobre lo que allí averigüé, por haberlo pactado así con los celadores visibles
de aquel mundo subterráneo.
Ahora, al cabo de seis años, me
veo obligado a publicar parte de su testimonio, forzado a ello por sendos
artículos aparecidos recientemente sobre las cuevas de los Tayos y sobre el
túnel de Costa Rica.
Cuando le sorprendo en el comedor
del hotel Guayaquil aquel mediodía de finales de marzo de 1986, le fastidio a
Janos Moricz el jugo de papaya que se estaba llevando a los labios.
Retornó el vaso a la mesa y me miró
como si fuera un ectoplasma: "¿De dónde sale usted? Ya no creíamos volver
a verle..."
Contra su consejo y contra el de
sus colaboradores, me había aventurado solo en el Oriente ecuatoriano, en la
espesura de la selva amazónica, en busca de una confirmación de cuanto él
aseguraba existe en el subsuelo de aquellos parajes vírgenes. Dado que no logré
que me acompañara al lugar de su extraordinaria experiencia, decidí ir solo.
Intentó disuadirme durante muchos días, para acabar brindándome una cena de
despedida para alguien al que no se le va a volver a ver: "Entrar solo en la selva supone la
muerte. De allí no sales si no la conoces bien."
La ley del silencio
Ahora que había regresado, y que
le demostré hasta dónde había llegado, su actitud cambió por completo: me abrió
su pequeño museo junto a la sede de la Empresa Minera Cumbaratza y de la
Empresa Minera del Sur, en Guayaquil, me mostró parte de su oro, sus
fotografías del interior de los túneles, y me obsequió con un plano de los
mismos: "Es usted el primer extranjero que ha tenido el arrojo de ir solo
hasta las cuevas. Otros lo han intentado, pero nunca nadie había ido solo. Ha
crecido enormemente mi respeto por usted, por lo que, la próxima vez que venga,
le prometo acompañarle a la selva. Solamente le pido a cambio que no publique
absolutamente nada de lo que ha visto ni de lo que le he estado explicando."
No hacía falta que insistiera en
ello. Conozco bien las reglas y sé respetarlas: por ética y por propia
seguridad, pues queda mucho camino por recorrer.
Prácticamente a la misma hora en
que estaba yo aterrizando procedente de Bogotá en el aeropuerto Simón Bolívar
de Guayaquil, el 22 de febrero de 1986, moría de un infarto en los montes
cercanos a Vilcabamba, en donde Moricz estaba concentrando sus más recientes
prospecciones mineras, el ingeniero jefe de su equipo de geólogos, el alemán
Dr. Stadler, que hacía su primer recorrido de reconocimiento del terreno. Esta fue mi bienvenida.
Mi llegada coincidió con la del
ingeniero Hans Theo Sürth, ayudante de Rommel en el desierto en sus años mozos,
y que ahora actuaba en representación del Departamento de Geología y Minería de
la misma empresa alemana que había enviado al Dr. Stadler. Al comunicar Sürth
la muerte de su compañero a la central alemana, no tardó en recibir un telex de
sus jefes que finalizaba con estas palabras: "... y abrid bien los
ojos". No dudé en aplicarme el consejo.
En 1987 telefoneé a Pierre
Paolantoni a su casa de Paris. Me interesaba contactarle dado que catorce años
antes también él había obtenido información de primera mano de Janos Moricz, que por cierto cambió hace años su nombre original húngaro de Janos por el
español Juan. Quedé con Pierre en que nos veríamos personalmente en la primera
ocasión que yo tuviera de viajar a Paris. Cuando meses más tarde se dio esta
ocasión, telefoneé previamente para acordar una cita.
Atendió al teléfono su mujer
Marie Thérèse: que no hacía falta que fuera a verlos, dado que al día siguiente
de mi primera llamada, Pierre Paolantoni había sido ingresado de urgencia en
una clínica por haber sufrido un ataque cardíaco. Precisaba reposo absoluto y no quería ni oír hablar del tema.
Durante el invierno de 1991 acudí repetidas veces al domicilio de los
Paolantoni en París, pero jamás logré hablar con ellos cara a cara.
Por primera vez desde su salida
durante la ocupación rusa, Janos Moricz tenía intención de viajar a Europa, a
su Hungría natal, en el verano de 1990. Al no venir, le llamé a Guayaquil:
"Con la guerra que se está fraguando en
el Golfo, yo no viajo a Europa ni loco", me dijo, para añadir: "Y le
doy un consejo: lárguese con su familia ahora que aún está a tiempo. Aquí tiene
usted casa y comida para el tiempo que haga falta."
Temía que la guerra del Golfo le
matara en Europa. Y las paradojas del destino pueden llegar a ser grotescas,
dado que no interpretó bien el mensaje: se quedó en el Ecuador, y exactamente
el día antes de que el diabólico presidente Bush anunciara el fin de la guerra
del Golfo, Janos Moricz fue hallado muerto de un infarto de miocardio, el 27 de
febrero de 1991, en la habitación de un hotel en Guayaquil.
El hallazgo de Moricz
Entre la voluminosa documentación
que me entregó Juan Moricz cuando regresé de la selva, figura copia de la
Escritura notarial de protocolización de la denuncia oficial de su sorprendente
hallazgo
La presentó hace casi 20 años al
Ministro de Finanzas, y por su intermedio al Presidente de la República del
Ecuador, para dejar constancia de la exactitud de sus afirmaciones.
Extracto de esta Escritura
notarial:
"He descubierto, en la
región Oriental, provincia de Morona-Santiago, (click imagen derecha) dentro de
los límites de la República del Ecuador, objetos preciosos de gran valor
cultural e histórico para la humanidad, que consisten en láminas metálicas que
elaboradas por el hombre contienen la relación histórica de toda una
civilización perdida de la cual el género humano no tiene memoria ni indicio
todavía.
Tales objetos se encuentran agrupados dentro de variadas y distintas
cuevas, siendo de diversas clases en cada una de ellas. He realizado el
descubrimiento de manera enteramente fortuita, en circunstancia en que, en mi
calidad de científico, investigaba aspectos folklóricos, etnológicos y lingüísticos
de tribus ecuatorianas.
Los objetos por mí descubiertos
tienen las características siguientes, las cuales he podido constatar
personalmente:
Uno: Objetos de piedra y metal
en distintos tamaños, formas y colores.
Dos: Láminas de metal grabadas
con signos y escritura ideográfica, verdadera biblioteca metálica que contiene
la relación cronológica de la historia de la humanidad, el origen del hombre
sobre la Tierra y los conocimientos científicos de una civilización
extinguida." Lámina metálica
encontrada dentro la Cueva de Los Tayos...
Más adelante, y siempre dentro de
la misma escritura notarial, Moricz no se anda con rodeos ni tapujos cuando se
dirige al Presidente de la República:
"Pido a usted se digne nombrar una comisión nacional ecuatoriana
de control y de supervisión, a fin de dar a conocer a sus integrantes el lugar
exacto en que se encuentran las variadas cuevas y cavernas que contienen los
objetos descubiertos.
Dejo constancia de que me
reservo el derecho de posteriormente presentar ante quien usted determine,
fotografías, películas, e incluso muestras originales que sirvan para ampliar
la descripción e identificar claramente la forma, tamaño, disposición y calidad
de los objetos por mí descubiertos.
Dejo constancia, además, de que
en uso de mi derecho de dominio sobre la parte que me corresponde en el
hallazgo en conformidad con la Ley, me reservo el derecho de proceder al
señalamiento y ubicación exactos del lugar donde los objetos se encuentran una
vez que se haya designado oficialmente la comisión que solicito, y ésta se
halle reunida e integrada con los científicos, investigadores y observadores
que yo por mi parte designe en salvaguarda de mis derechos."
Compromiso de silencio
El 23 de julio de 1969 se firmó
en Guayaquil un documento que comenzaba así:
"Los abajo firmantes,
integrantes de la expedición a las cuevas descubiertas y denunciadas en el
Ecuador por el Sr. Juan Moricz, nos comprometemos formalmente a no formular
declaración alguna periodística, radiodifundida, televisada u otras de similar
naturaleza, ni a publicar fotografía alguna relacionada con la expedición, sus
incidencias, los objetos preciosos existentes en el interior de las cavernas,
la ubicación geográfica del lugar descubierto, las teorías o hipótesis a que
conduce el descubrimiento y en general respecto de todos los pormenores de la
expedición." Etc.
De hecho, yo podía haber publicado un libro sobre mi viaje a los Tayos
("Tayu Wari" en el idioma de los nativos) tan pronto como regresé a
Barcelona, en la primavera de 1986. Pero no me parecía ético. Prefería seguir
buscando en esta dirección, como en tantas otras, en silencio. Prefería la
postura del propio Moricz, cuando le pregunté qué pasaría si él moría antes de
poder dar al mundo el mensaje que se había traído del interior de las cuevas:
"No pasaría nada. Entonces
no habré sido yo el elegido para dar este mensaje."
Pero apareció recientemente un
artículo sobre los Tayos, firmado por alguien que nunca estuvo cerca de los
mismos, ni mucho menos al borde de su entrada. Valga decir aquí de paso que
tampoco Erich von Däniken estuvo jamás en la selva que encierra estas cuevas.
Un mes después de este reportaje,
apareció un artículo sobre el túnel del "Templo de la Luna", al que
descendí con Juan José Benítez en Costa Rica en octubre de 1985. Honestamente
creo que no era momento todavía de publicar nada sobre ninguno de los dos
túneles.
En el caso de los Tayos, me
obligan a publicar parte de mi propio testimonio, en apoyo de sus mismas
afirmaciones.
Maniobras de distracción
Como queda dicho, llegué a
Guayaquil en febrero de 1986. En la sede de la Empresa Minera Cumbaratza me
recibe Zoltan, compañero de fatigas de Moricz, y me comunica que acaba de morir
en los montes cercanos a Vilcabamba el geólogo alemán ya citado.
En los días siguientes Janos
Moricz, su compañero y compatriota Zoltan y Gerardo Peña, el abogado del grupo,
me convierten en su huésped de honor y se empeñan en disuadirme de mi empeño de
visitar las cuevas.
"¿De verdad quiere irse a Oriente?
Esto siempre es peligroso, e ir solo es un suicidio."
Pero yo no dejo de hacer mis
preparativos para el viaje a la selva. Intento conseguir en Guayaquil, sin
éxito, el ansiado suero contra la mordedura de serpientes, que no había podido
obtener en Barcelona ni en Madrid. Tampoco aquí. En el mercado negro puedo
agenciarme un revólver sin licencia por 80.000 sucres, unas 80.000 pesetas.
En algunas ferreterías de la
capital del Guayas me ofrecen un rudimentario artefacto de dos balas, sin
ninguna precisión, por unas 20.000.- pesetas. Decido que ya veré cómo me
defiendo en la selva cuando esté más cerca de ella. Mientras tanto, me compro
una hamaca y un poncho de lona para las lluvias.
En vez de ir conmigo a la selva
como estaba previsto, Janos Moricz me invita a acompañarle a Vilcabamba, el
pequeño valle andino con mayor índice de longevidad de América, no sin antes
darme un consejo:
"Llévese bastantes botellas
de aguardiente de caña. No para usted, sino para la mula, por si ésta flaquea
en la selva: un trago de aguardiente la levanta de golpe. Además, es lo más
seguro: montado en la mula no le morderá ninguna serpiente."
Me llevo aguardiente y whisky
para mí. Viajo al sur del Ecuador, casi a la frontera con el Perú, en un
"Trooper" de la Empresa Minera del Sur y en compañía de Zoltan.
"¿Por qué no se olvida de los Tayos? Verá
cómo le gustan las minas. Es toda una experiencia. Escriba un libro sobre las
minas y sobre el oro. Le daremos toda la información que precise y en
Vilcabamba estamos abriendo una nueva prospección. Puede vivir allí como
invitado nuestro el tiempo que quiera." No sabían con quién estaban
hablando.
Ultimos consejos y advertencias
En el camino, me compro en Loja
unas botas de agua "Siete vidas" para la selva: con ellas avanzas
mejor cuando el piso se transforma en lodazal, y puedes evitar la eventual
mordedura de alguna serpiente que estés a punto de pisar por no haberla visto
entre la hojarasca. Sirven, siempre y cuando sus colmillos sean lo
suficientemente pequeños para no perforar la goma de las botas.
Llegamos al Hotel de Turistas de
Vilcabamba, en los Andes, adquirido y transformado por Moricz en laboratorio de
Geología, en el preciso instante en que en su cocina dan caza a una serpiente
que se había colado en el edificio.
En los dos días siguientes todo
son intentos de disuadirme de mi intención de llegar a los Tayos. Dado que no
cedo, Moricz me brinda un banquete de despedida en el que se queman los últimos
cartuchos: me advierten que nadie había vuelto solo de aquella selva, que las
boas van a dar cuenta de mí antes de que me pueda apercibir de ello, que los
tigrillos (jaguares) no son ninguna broma, y que las serpientes esperan gozosas
mi llegada. La orquestación era la de toda una "última cena".
Al día siguiente madrugo para
emprender con el hijo del cónsul alemán en Guayaquil, Günter Lisken, agregado
al ministro de Industria del Ecuador, el largo viaje en jeep hasta Cuenca, la
histórica ciudad de los Andes.
Media hora antes, Janos Moricz parece
compadecerse de mí y me da unos cuantos consejos prácticos: la mejor ruta que
puedo tomar, los contactos que debo localizar en el trayecto a la selva, y cómo
protegerme de las serpientes: que embadurne de ajo los extremos de mi hamaca,
ya que este olor las repele, y deposite algo más lejos potes de leche caliente,
cuyo olor en cambio las atrae de forma casi encantada, mágica.
Pero yo ya no me fío de los
consejos de quien me ha dejado plantado y ha hecho los imposibles por
distraerme de mi objetivo principal. Cambio toda mi estrategia y mi ruta y
prescindo de los contactos de Moricz, que averigüé sobre la marcha que no eran
en absoluto recomendables.
A partir de ahora todo será
improvisado, y me dejo guiar por mi intuición.
Ultimos aprovisionamientos
En Cuenca, ya solo, localizo por
fin unas minúsculas bolitas de cloro que se utilizan para el agua de las
piscinas. Me llevo una bolsa para purificar con ellas en mis dos cantimploras
el agua de los arroyos que beberé. También me compro un machete de grandes
dimensiones, única arma que finalmente me llevaré a la selva además de mi
cuchillo de supervivencia, que ya traía de Barcelona.
Me informo de cómo llegar a
Macas, la última localidad antes de la selva: iré en un autobús que marcha al
Oriente, cruzando los Andes hasta rebasar la tercera cordillera y descender
hacia la selva: 300 km que se cubren a marcha lenta en 12 horas. Precio:
300.-pts. En Macas hago el último esfuerzo por conseguir un arma de fuego, pero
en vano. Necesito el dinero para alquilar una avioneta que me lleve al corazón
de la selva.
Tampoco aquí tienen antídoto
contra la mordedura de las serpientes. Me cuentan que dos días antes de mi
llegada hallaron a una boa roncando junto a la orilla del río, con dos bultos
bien visibles en su interior. Más abajo apareció un bote vacío: abrieron la boa
y hallaron en su interior a la pareja que ocupaba el bote. Y todavía no me
hallaba en la selva virgen.
Pido antídoto contra los ofidios
en la rudimentaria enfermería de la misión de Chiguaza, algo apartada de Macas.
No tienen, pero sí me da un remedio la hermana encargada de la misma:
"Cuando te abras paso por la selva reza un avemaría y nada te
pasará". Un anciano misionero prácticamente ciego tiene mejor consejo:
"Durante toda mi vida he
andado por la selva pidiendo que no me tocara a mí, sino al que viniera
detrás".
Rumbo a la selva
Tengo que esperar tres días para
obtener permiso de vuelo con la avioneta: falta arreglar una pieza y además
acaba de saberse que el general Frank Vargas Pazzos, jefe de la Fuerza Aérea
Ecuatoriana, se ha alzado contra el presidente de la República, León Febres
Cordero. Se prohíben todos los vuelos en el Ecuador, y el batallón de Selva en
cuya pista debe de aterrizar mi avioneta se halla en estado de alerta máxima.
De hecho despegamos de forma
clandestina en cuanto se observa el primer claro entre las nubes y las brumas:
un rápido contacto por radio para conocer la situación atmosférica en el área
de destino permite intentar el vuelo.
Sobre la cordillera selvática del
Cutucú tenemos serios problemas de visibilidad y no parece que el pequeño
aparato quiera remontar fácilmente las copas de los árboles más elevados:
"Nosotros hace diez años que no tenemos
ningún accidente mortal", me tranquiliza el piloto a mi lado. "Los de
las misiones protestantes en cambio se la pegan con frecuencia, dado que salen a
volar con el estómago lleno de alcohol para darse valor. Aquí en cuanto ves un
claro entre las nubes tienes que despegar y rezar para que no se cubra durante
el vuelo, para seguir teniendo visibilidad y llegar a tu destino."
En la pequeña pista de selva me
recibe un sargento a pie de avioneta: debo acompañarle para justificar mi
llegada y el motivo de mi estancia en aquél último bastión del ejército
ecuatoriano en los lindes de su territorio selvático cercano a la frontera
peruana. Allí solamente se iba castigado, o voluntario para subir escalafón en
dos años de estancia. El coronel Gordillo me da la bienvenida y me prohíbe hacer
fotografías en aquel lugar.
A los pocos minutos, una botella
de whisky que saco de mi mochila le hace cambiar de opinión y me pide
fotografiarse conmigo en aquel mismo marco. Me facilita máquina de escribir y
una canoa con escolta armada para un tramo del río que deberé remontar a partir
de allí.
A cambio me pide un informe de
todo cuanto observe en mi ruta, dado que ellos mismos desconocen el lugar al
que me dirijo. Les queda únicamente una dosis de antídoto contra las
serpientes, pero no me la pueden dar porque es para cualquier emergencia que
ellos puedan tener. Me internaré en la selva definitivamente sin armas de fuego
ni antídoto contra las serpientes.
Aunque sí, me llevo un botellín
de keroseno, si te muerden lo tomas y vomitas, pero no te mueres.
También sirve una lavativa de
ajo, y los indígenas tienen un remedio eficaz: la curarina, una planta que nada
tiene que ver con el veneno del curare, y que es eficaz remedio contra la
mordedura de las serpientes.
Me detienen los guardianes
Un nuevo peligro lo representarán
pronto los torbellinos de las aguas rápidas del río Santiago que estamos
remontando. Uno de los dos últimos visitantes de esta zona murió al golpearse
contra una roca y caer al agua. Pregunto qué hacer si te ataca una de las boas
que acechan en los remansos del río: nada. No tienes tiempo. Si caes al agua te
arrastra inmediatamente hacia el fondo te aprisiona el tórax y te devora
entero.
El último tramo es a pie, en una
caminata ascendente, con una mochila de 22 kg a las espaldas, en que tienes que
abrirte paso a machetazos hasta llegar al poblado nunkui del Coangos.
Durante el viaje había ido oyendo
silbidos en la selva: con el lenguaje de los pájaros se comunican los jívaros
de estos parajes, y a mi llegada ya sabían de dónde y en qué circunstancias
venía. Me ofrecieron chicha —raíz de yuca masticada por las mujeres del
poblado— y aguardiente de caña.
Al cabo de un rato me comunican
que no puedo entrar en ninguna hea (cabaña), ni salir del poblado: soy su
prisionero hasta que se aclare quién soy y para qué he venido.
Interrogatorio a vida o muerte
Bien entrada la noche llega por
fin un responsable con poder de decisión. Le pregunto qué significa aquella
retención y aquella actitud hostil hacia mí, dado que tenía mis papeles en
regla, venía desarmado y contaba con un salvoconducto del Gobernador de la
zona, que instaba a todos los habitantes de la misma a prestarme ayuda.
Me contestó que aquel
salvoconducto era papel mojado en el territorio de su tribu, y yo estaba en el
fondo completamente de acuerdo con él en este extremo.
Y continuó: "Este es nuestra selva y nuestro
territorio, y tu has entrado en él sin nuestro permiso. Si fueras portador de
un permiso nuestro, la costumbre de nuestro pueblo nos obligaría a protegerte
mientras estés aquí, y nos obligaría a acompañarte hasta que volvieras a salir
de nuestra selva con vida, aunque en ello muriera alguno de los nuestros. Pero
dado que has entrado en nuestro territorio sin avisarnos de tu llegada, debes
saber que si mañana desapareces en estos parajes, si te matamos esta noche,
nadie se va a enterar nunca de ello. Nadie conocería tu paradero ni podría
venir en tu ayuda. Desaparecerías para siempre."
Aquella primera noche dormí sin
llegar a pegar ojo. Con el machete a mano y el cuchillo escondido en una de mis
botas. Si la cosa se ponía fea eran unos 50 individuos, repartidos en 9
cabañas, los que tendría frente a mí. Tampoco ellos se fiaban de mí. Nadie
quiso acogerme en su cabaña. Al día siguiente seguí inquiriendo el motivo de
aquella desconfianza y de aquella hostil acogida, que para mí no era lógica en
una tribu de su estilo: "Es que puedes ser un espía".
Me acordé de repente de que el
Gobernador me había advertido que no me adentrara solo en aquella zona de la
selva, dado que los jívaros (shuaras) estaba en guerra entre sí, entre tribus: unos
querían ser ciudadanos ecuatorianos "oficiales" y los otros preferían
seguir siendo los hijos de la selva y dueños de su propia libertad e
independencia.
Pensaban que yo podía ser un
espía que trabajaba para alguno de los bandos contendientes.
Has venido para espiar las piedras
Cuando insistí en que no tenía
nada que ver en esta lucha, acabó por confesarme:
"También puedes haber venido para espiar
las piedras." Aquello ya me intrigó muchísimo más. ¿Espiar las piedras? -
"Sí, puedes haber venido para espiar las piedras que constituyen la razón
de nuestra existencia aquí." Le dije que sí, que ese era precisamente el
motivo de mi viaje.
En los días siguientes fui
indagando más y más aspectos de lo que había detrás de estas piedras: averigüé
así que la razón de vivir de estos indios, en esta zona concreta, se debía al
hecho de que eran los guardianes de lo que se ocultaba debajo de sus pies, en
el subsuelo de aquel pedazo de selva: los agujeros que pertenecían a otros
seres que ellos desconocían, pero que el legado de sus padres y abuelos
afirmaba vivían en aquellas profundidades.
Nunca los habían visto ellos,
pero cuando descendían a las cuevas en alguna ocasión veían sombras que huían
rápidamente en la penumbra, y que dejaban huellas de pisadas en el lodo. Me fui
ganando la confianza de aquellos jívaros distintos hasta lograr que por fin
aceptaran tatuarme en el brazo el mismo signo que ellos llevan marcado en el
rostro: sería mi salvoconducto para futuras incursiones en su territorio.
El veterano Waharai acabó
llenando de humo una gran hoja que tomó de los alrededores, afiló una rama en
punta y fue pinchándome con paciencia hasta grabarme aquel signo con humo en la
piel.
Pero antes, con tiento y paciencia, fui averiguando día a día y noche a
noche las historia de las piedras. Me acompañaron además hasta la boca de
entrada de Tayu Wari, la gran boca negra en la que anidan los tayos, pájaro
sagrado que guarda en la tradición el acceso al mundo subterráneo.
De regreso, hicimos un alto en el
río que separa la boca de la cueva del poblado en el que vivía. De repente, me
dice uno de ellos:
"La otra entrada que buscas
está frente a tí. Mira atentamente. Nunca podrás penetrar en ella, pues la
guardan las boas. Dos niños de una misma mujer de nuestra tribu han muerto
devorados por las boas, uno cada año, el anterior y éste, mientras jugaban aquí
en la orilla del río."
Lo que hay debajo
De acuerdo con los relatos que
personalmente me hicieran Janos Moricz y su compañero Zoltan en Guayaquil y en
Vilcabamba, y de acuerdo también con los relatos que escuché en la selva de boca
de los transmisores de los conocimientos antiguos de su tribu, entre ellos los
jívaros shuaras Wamputsar y Kajekai Wajarai Nunkuich, así como Venancio, que me
abordó mientras estaba solo en el riachuelo de la selva lavando mi ropa,
relatos que en lo esencial coinciden con los recogidos de boca de Moricz por
Salvador Freixedo y por el matrimonio Marie-Thérèse Guinchard y Pierre
Paolantoni, el interior de Tayu Wari alberga lo siguiente:
Una vez descendida la oscura
chimenea de más de 80 metros de profundidad en la que anidan los pájaros
sagrados llamados tayos, recorridos los primeros 300 metros de subterráneos y
atravesada la gran estancia bautizada por Moricz como "Domo de Nuestra
Señora del Guayas", hay que recorrer dos galerías largas, hasta que se dobla
un recodo de 90 grados que forma el mismo pasadizo, y que a renglón seguido
conduce a una curva en sentido contrario. De allí se desemboca en una sala
circular.
En su centro hay una mesa redonda
tallada en piedra, rodeada de siete asientos que son también de piedra. En la
pared de roca, detrás de cada asiento, una abertura rectangular. A partir de
aquí hay que penetrar en la abertura que está orientada hacia el Sur. Un
pasadizo pequeño, bajo y estrecho, asciende por una pendiente poco pronunciada.
Al cabo de una hora larga de lenta ascensión, el túnel vira hacia el Sureste y
asciende ahora en una pendiente más acentuada. Poco después, el túnel se
estrecha aún más, ahora en descenso, y hay que continuar a gatas.
Al poco rato se percibe una luz,
al final de la pendiente. La boca del túnel queda separada del exterior por una
potente cascada de agua que la cubre por completo. Una vez cruzada la cascada,
se llega a un promontorio, abierto en lo alto sobre la selva virgen, y que da
paso a una enorme gruta. Junto a ella, en la pared de la roca que forma un
precipicio a plomo sobre la selva virgen que se divisa abajo en el valle, un
resbaladizo camino enlosado forma una estrechísima cornisa que conduce hasta
otra abertura, esta vez pequeña, en la roca: se trata de una pequeña cavidad de
solamente tres metros de profundidad.
En el piso de esta pequeña
estancia hay dos losas cuadradas de medio metro de lado cada una. Debajo de
ella, una estrecha escalera de piedra, que hay que descender hasta llegar a una
galería de piso de tierra. Al final de la misma, una bajada extremadamente
peligrosa que desemboca en una nueva gruta que alberga un pequeño lago de unos
40 metros de ancho.
Continúa a partir de aquí una
galería horizontal que se extiendo a lo largo de algo más de un kilómetro, para
virar luego hacia el Oeste e iniciar una bajada poco pronunciada. Por este
camino se llega al cabo de una hora larga de marcha a una nueva gruta, mucho
más pequeña que la anterior, y que también posee un pequeño lago interior.
Al retirarse el agua de este
lago, fenómeno que se produce en determinadas circunstancias, aparece en su
fondo, a unos diez metros de profundidad, una galería lateral. Al cabo de unos
metros, una larga escalera ascendente conduce hacia un nuevo pasadizo superior,
horizontal, extremadamente estrecho y de algo más de metro y medio de altura,
que avanza en espiral. Al final, una escalera descendente muy pronunciada. Un
poco más adelante, una nueva cavidad, en cuyo centro se halla una especie de
altar. Más allá, un enorme pórtico abre el paso a una galería ancha, que se
desanda cómodamente hasta llegar a una suave pendiente que desemboca en una
gruta.
En esta gruta, una luz procedente
de una especie de lámpara giratoria ilumina numerosos esqueletos humanos
totalmente recubiertos de oro. Junto a ellos, ingentes cantidades de joyas de
todo tipo. En el centro de la estancia se halla una mesa o pupitre de piedra,
sobre el cual se hallan unos libros cuyas hojas son de oro. Sus páginas están
cubiertas de jeroglíficos, y contienen la historia de todas las civilizaciones
de la Tierra.
Allí moran los habitantes de
estas cavernas. Más bajos que nosotros. Se mueven como sombras en la penumbra.
Ningún extraño debe tocar nada de lo que allí ve. De lo contrario, nunca más
hallará el camino de salida.
No des un paso en falso
Esta es la historia y existe el
lugar. Pero podría ser que no fuera éste el lugar de esta historia. Porque un
lugar así, naturalmente, se cubre con habilidad. Si te aventuras tras las
huellas que dejo en este reportaje, no hallarás más que un conjunto de cuevas
entrelazadas, y unos indios que guardan silencio.
Pocas son en estos momentos las
personas que conocen las claves correctoras para llegar a la biblioteca de oro.
Este reportaje te muestra la cerradura. Pero si no posees la llave, nunca
llegarás a abrir la puerta. Si intentas forzarla, reventarás en el intento.
Lee, escucha, documéntate en
otras fuentes, en otros textos, en otros libros. Existen. La llave existe, por
fortuna para los auténticos buscadores. Solamente hay que ser sincero consigo
mismo, ser honesto, y saber leer cada frase en varios sentidos. De la habilidad
y limpieza de propósitos del buscador depende, exclusivamente, el dar con la
llave de este legado.
Recuerda siempre que solamente
llega aquél que realmente merezca llegar.
La expedición de Stan Hall
El ingeniero escocés Stan Hall,
desde siempre se interesó por las construcciones ancestrales y su gran
dedicación al estudio de las antiguas civilizaciones lo acercó a descubrir también
algunos de los mitos más emocionantes. Desde muy joven creyó que América del
Sur era como una especie de página perdida de la prehistoria, por lo que
después de descubrir la historia de las cuevas de los tayos, organizó una
expedición sin precedentes a la región del Ecuador oriental, en busca del mayor
tesoro que cualquier investigador pueda obtener. La verdad. En dicha expedición
se involucraron una docena de instituciones científicas y las fuerzas armadas
de Ecuador y Gran Bretaña.
Un hecho altamente curioso de
ésta expedición es que de la misma participara el reconocido astronauta Neil
Amstrong. Las investigaciones Ecuatoriano-Británicas se desarrollaron por 35
días, instalando un generador de electricidad en el campamento base, a escasos
metros de la boca misma de la Cueva, descendiendo a diario a las profundidades
para desarrollar sus “investigaciones geológicas y biológicas”. Según el
informe final, la comisión de estudiosos concluyó que la Cueva de los Tayos no
tenía origen artificial, y que no existían indicios de trabajo humano. Todo lo
había hecho la naturaleza…
Una conclusión desconcertante
teniendo en cuenta los claros dinteles y bloques de piedra que se pueden
encontrar en el sistema intraterreno, muy similares a los que halló,
paradójicamente, el equipo de arqueólogos de la expedición a mitad de camino
entre el campamento base y la unión del río Coangos con el Santiago. Hallaron
un muro megalítico de aproximadamente 4,50 metros de largo por 2,5 metros de
alto.
El espeleólogo argentino Julio
Goyen Aguado -presente en las primeras expediciones a la Cueva de los Tayos,
incluyendo la incursión ecuatoriano-británica- sostenía que la expedición de
1976 fue financiada por la Iglesia Mormona, ya que las planchas metálicas que
aludía Moricz recordaban las propias planchas de oro que recibiera el profeta
Joseph Smith de manos del ángel Moroni. Teniendo en cuenta diversas leyendas
mormonas apuntan a que los citados registros estarían ocultos actualmente en
algún lugar de la cordillera de los Andes, es curioso notar que la zona donde
se ubica la Cueva de los Tayos se denomina “Morona”, similar al nombre del
“enviado” que contactara a Smith. Sea como sea, Aguayo, ya fallecido,
sospechaba que Stanley Hall pertenecía a los Servicios Secretos del Reino
Unido, además de formar parte de la masonería inglesa, sumamente interesada en
encontrar la biblioteca metálica. Neil Armstrong, y recordemos bien esto,
también era masón. Los resultados oficiales de la investigación se pueden leer
en éste sitio: Ecuador: La cueva de los Tayos
El Misterio de una Civilización intraterrestre
La creencia en civilizaciones
intraterrestres muy evolucionadas espiritualmente forma parte de muchas
tradiciones filosóficas o religiosas del mundo. Tampoco es desdeñable el número
de personas que dan testimonio de una “realidad fantástica” con zonas cálidas,
llenas de vida vegetal y valles perdidos e en lugares inhóspitos de nuestro
subsuelo. Incluso autores como Julio Verne, James Hilton, C. W. Leadbeater,
John G. Fuller, el polémico Raymond Barnard; y aventureros como Ferdinand
Ossendowski y Nicholas Roerich, han hablado de estos reinos subterráneos a
través de sus novelas. ¿Podría nuetsro planeta haber albergado vida en su
interior en el pasado? – Acaso podría hacerlo en la actualidad?.
El Sistema de
cuevas de Ecuador representa solamente una de tantas historias reales o
leyendas sobre ésta hipótesis como las cuevas subterráneas de Yucatán, las
montañas de Paucartambo en Perú, la sierra del Roncador en Brasil, las cuevas
de Afganistán, el monte Kailós en el Tíbet – que conectan no sólo áreas
diferentes dentro del mismo continente; sino que, en opinión de algunos
investigadores, bien podrían unir diferentes partes del mundo.
Numerosas tradiciones antiguas se
basan en la existencia de ciudades intraterrenas conectadas mediante una vasta
red de pasadizos.
Padre Carlo Crespi, el verdadero descubridor del tesoro de la Cueva de
los Tayos
En la región amazónica
ecuatoriana llamada Morona Santiago existe una caverna muy profunda, llamada
Cueva de los Tayos.
La caverna, que se encuentra a
una altura de 800 metros sobre el nivel del mar, se llama Tayos, del nombre de
característicos pájaros semiciegos que viven en sus profundidades. Los
indígenas Shuar o Jíbaros (que tenían la costumbre de reducir el cráneo de los
enemigos muertos en batalla), que viven en las cercanías de la gruta, solían
alimentarse de esas aves.
La noticia más antigua de la
caverna se remonta a 1860, cuando el general Víctor Proano envió una breve
descripción de la gruta al Presidente del Ecuador de entonces, García Moreno.
No obstante, sólo en 1969 un
investigador húngaro de nacionalidad argentina, de nombre Juan Moricz, exploró
a fondo la caverna, encontrando muchas láminas de oro que contenían incisiones
arcaicas parecidas a jeroglíficos, estatuas antiguas de estilo medioriental y
otros numerosos objetos de oro, plata y bronce: cetros, yelmos, discos y
placas.
El investigador húngaro llevó a
cabo también una extraña tentativa de oficializar su descubrimiento,
registrando sus hallazgos en la oficina de un notario de Guayaquil, el día 21
de julio de 1969, pero su solicitud fue rechazada.
En 1972, el escritor sueco Erik
von Daniken difundió en todo el mundo el hallazgo del investigador húngaro.
Cuando la noticia del extraño
descubrimiento de Moricz se divulgó por el planeta, muchos estudiosos y
esotéricos decidieron explorar la caverna en expediciones privadas.
Una de las primeras y más
arriesgadas expediciones fue la conducida en 1976 por el investigador escocés
Stanley Hall, en la cual participó el astronauta estadounidense Neil Armstrong,
el primer hombre que pisó la luna en 1969.
Se narra que el astronauta
refirió que los tres días que permaneció en el interior de la gruta fueron
incluso más significativos que su legendario viaje a la luna.
En la empresa participó el
espeleólogo argentino Julio Goyen Aguado, amigo íntimo de Juan Moricz, de quien
había recibido referencias sobre la exacta localización de las placas y láminas
de oro talladas.
Parece que Goyen Aguado, bajo
indicación de Moricz, quien no participó en la expedición, despistó a Stanley
Hall, impidiéndoles a los anglosajones apropiarse de los antiguos hallazgos de
oro.
Otras versiones de la historia
sugieren, en cambio, que los anglosajones saquearon parte del tesoro,
llevándoselo ilegalmente de Ecuador.
Según otros investigadores, quien
verdaderamente descubrió los inmensos tesoros arqueológicos de la Cueva de los
Tayos no fue el húngaro Moricz, sino más bien el sacerdote salesiano Carlos
Crespi (1891-1982), nativo de Milán.
Crespi habría indicado a Moricz
cómo entrar en la caverna y cómo encontrar el camino correcto en el laberinto
sin fondo que se encuentra en sus profundidades.
Carlos Crespi, quien llegó a la
selva amazónica ecuatoriana en el lejano 1927, supo ganarse pronto la confianza
de los autóctonos Jíbaro e hizo que le entregaran, en el curso de los decenios,
cientos de fabulosos pedazos arqueológicos que se remontan a una época
desconocida, muchos de ellos de oro o laminados en oro, por lo general
magistralmente tallados con arcaicos jeroglíficos que nadie ha sabido descifrar
hasta hoy.
A partir de 1960, Crespi obtuvo
del Vaticano la autorización de abrir un museo en la ciudad de Cuenca, donde
estaba ubicada su misión salesiana. En 1962 hubo un incendio y parte de los
hallazgos se perdieron para siempre.
Crespi estaba convencido de que
las láminas y las placas de oro que él encontró y estudió señalaban sin lugar a
dudas que el mundo antiguo medioriental anterior al diluvio universal estaba en
contacto con las civilizaciones que se habían desarrollado en el Nuevo Mundo a
partir de hace sesenta milenios. (Mira mi intrevista a la arqueologa Niede
Guidon).
Según el Padre Crespi, los
arcaicos signos jeroglíficos incisos o grabados quizá con moldes, no eran otra
cosa que la lengua madre de la humanidad, idioma que se hablaba antes del
diluvio (ver mi artículo sobre el idioma nostrático).
Las conclusiones de Crespi eran
extrañamente similares a las de otros investigadores del mismo período, como el
esotérico peruano Daniel Ruzo (estudioso de Marcahuasi), el médium
estadounidense G. H. Williamson, el arqueólogo italiano Constantino Cattoi o el
investigador ítalo brasilero Gabriel D’Annunzio Baraldi (quien documentó a
fondo la Pedra do Ingá).
A fines de los años 70 del siglo
pasado, Gabriel D’Annunzio Baraldi visitó frecuentemente Cuenca, donde conoció
tanto a Carlo Crespi como a Juan Moricz.
En aquella ocasión, Carlo Crespi
le reveló al italo-brasilero que la Cueva de los Tayos no tenía fondo y que las
miles de ramificaciones subterráneas no eran naturales, sino construidas por el
hombre en el pasado. Según Crespi, la mayoría de los hallazgos que los
indígenas le daban provenían de una gran pirámide subterránea, situada en una
localidad secreta. El religioso italiano confesó luego a Baraldi que, por miedo
a futuros saqueos, ordenó a los indígenas cubrir totalmente de tierra dicha
pirámide, de manera que nadie pudiera encontrarla nunca más.
Según Baraldi, los arcaicos
jeroglíficos incisos en las láminas de oro de la Cueva de los Tayos recordaban
el antiguo alfabeto de los Hititas, que según él habían viajado y colonizado
parcialmente a Suramérica dieciocho siglos antes de Cristo. Baraldi notó que en
muchas placas y láminas de oro había varios signos recurrentes: el sol, la
pirámide, la serpiente, el elefante. Particularmente, Baraldi interpretó la
placa donde estaba incisa una pirámide con un sol en su cima como una
gigantesca erupción volcánica que ocurrió en épocas remotas.
Cuando Carlo Crespi falleció, en
enero de 1980, su fantasmagórica colección de arte antediluviana fue sellada
para siempre, y nadie pudo admirarla nunca más. Hay muchos rumores sobre la
suerte de los valiosísimos hallazgos recogidos pacientemente durante largos
decenios por el religioso milanés.
Hay quienes dicen que simplemente
fueron enviados en secreto a Roma y que yacen todavía en algún rincón del
Vaticano.
Otras fuentes pretenden probar
que el Banco Central del Ecuador compró, el 9 de julio de 1980, por la suma de
10.667.210 $, aproximadamente 5000 piezas arqueológicas de oro y plata. El
responsable del museo del Banco Central del Ecuador, Ernesto Dávila Trujillo,
desmintió categóricamente que la entidad del Estado haya comprado la colección
privada del Padre Crespi.
Prescindiendo de la localización
física actual de los hallazgos arqueológicos del Padre Crespi, quedan las
fotografías y los numerosos testimonios de muchos estudiosos que prueban su
veracidad.
Casi parece que alguien quiso
ocultar las fantásticas piezas arqueológicas coleccionadas y estudiadas por el
religioso milanés. ¿Por qué?
Con seguridad, la prueba de que
pueblos antediluvianos y otros sucesivos al diluvio, pero netamente
mediorientales, hayan visitado la cuenca del Río Amazonas en tiempos tan
remotos y que hayan dejado una tal cantidad de maravillosos hallazgos es una
verdad que podría ser incómoda. Muchos historiadores convencionales han
descrito al Padre Crespi como un impostor o simplemente un visionario que
mostró como auténticas láminas de oro que eran sencillamente falsificaciones o
copias de otras creaciones artísticas mediorientales.
Mi opinión sobre los enormes
tesoros de la Cueva de los Tayos es que son auténticos y que provienen del
Medio Oriente.
Sin embargo, hay que distinguir
entre algunos hallazgos en los que fueron tallados aparentes jeroglíficos y
otros que son representaciones de arte sumerio, asirio, egipcio e hitita.
Estoy convencido de que antes del
diluvio, los pueblos que vivían en la tierra firme correspondiente a la actual
plataforma continental del continente africano (posteriormente sumergida)
tenían frecuentes intercambios con los pueblos que, ya desde hacía sesenta
milenios antes de Cristo, vivían en el actual Brasil. La Pedra do Ingá,
estudiada a fondo por Baraldi y descrita por mí en enero del 2010, testimonia
que pueblos antiquísimos describieron un evento para ellos muy importante
(¿quizá el diluvio universal?) utilizando un arcaico método de escritura (¿una
forma de escritura nostrática?) después de haber llegado al actual Brasil a
causa de un acontecimiento fortuito.
Además, es útil recordar también
el arcaico alfabeto inciso en la estatuilla (proveniente del interior del
Brasil), de basalto negro que le dio el escritor Rider Haggard al explorador
Percy Fawcett. Dicho alfabeto es muy similar a los signos incisos en las
láminas de oro de la Cueva de los Tayos.
En este sentido se pueden
reconocer y describir algunas inscripciones arcaicas de los hallazgos de la
Cueva de los Tayos como pertenecientes al idioma nostrático.
En cuanto a los otros hallazgos,
de clara procedencia medio-oriental post-diluviana, me parece correcto
considerarlos como restos de varias expediciones ocasionales que fueron
llevadas a cabo a partir del tercer milenio antes de Cristo por los sumerios y
sucesivamente por los egipcios, fenicios y cartagineses.
Estas conclusiones mías no están
solamente apoyadas en el hecho de que se hayan encontrado restos de hoja de
coca en las momias egipcias, sino sobre todo en los recientes descubrimientos
en el altiplano andino, como la Fuente Magna y el monolito de Pokotia.
Queda el misterio de por qué todo
aquel inmenso tesoro fue reunido en la Cueva de los Tayos y en los laberintos
que se encuentran en sus profundidades.
En mi opinión, es posible que
restringidos grupos de antediluvianos, sobrevivientes de la gigantesca
catástrofe, una vez que desembarcaron en Suramérica, hayan querido salvar sus
preciosísimas reliquias escondiéndolas luego en una gruta que consideraron
segura.
En lo que concierne, por otro
lado, a los pueblos medio-orientales post-diluvianos, refiriéndome
particularmente a los sumerios, egipcios, fenicios y cartagineses, es posible
que todo grupo viajara con especiales insignias de su estirpe y origen, que en
el curso de los años se perdieron en los Andes (como es el caso de la Fuente
Magna). A continuación, los antepasados de los indígenas Suhar aglomeraron esas
reliquias en la Cueva de los Tayos, considerándolas objetos sagrados que debían
ser reunidos obligatoriamente en un lugar considerado mágico por su tradición.