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Cueva de los Tayos


Existen  acontecimientos y lugares que muchas veces pasan inadvertidos para una gran mayoría y, que debido a su especial singularidad, encanto, o misterio, son indispensables para el visitante a fin de ser apreciados y estudiados más a fondo. Quizás sean el inicio para que algunos buscadores de leyendas y misterios remuevan su pasado.
Tú puedes ser quien nos descubra esos lugares que están al borde del misterio y cuyo delgado velo fuerzas por romper. En este apartado recopilaremos los lugares que se visitan, su descripción, una pequeña reseña histórica y leyendas que se cuentan sobre ellos. Igualmente se narrarán los sucesos misteriosos e inexplicables que las gentes del lugar han conservado en su memoria a través de los años.

La cueva de los Tayos
A pesar de que existen distintas opiniones sobre la fecha exacta de su descubrimiento, es muy probable que éste se haya producido durante las exploraciones militares ecuatorianas en el oriente del país, pese a que la existencia de éstos misteriosos túneles se diera a conocer por Juan Moricz durante el trascurso del año 1969.


El descubrimiento de la cueva de los Tayos
Juan Moricz era un espeleólogo aficionado nacido en Hungría y nacionalizado argentino. Además es considerado por otros autores como un experto en leyendas ancestrales. Su devoto interés por el mundo subterráneo lo condujo a Sudamérica y, más tarde, a las selvas del Ecuador a mediados de los años 60′, llegando a la zona de los túneles que custodian los indios shuaras en Coangos.
Gracias a su conocimiento del antiguo dialecto húngaro, “el magiar”. similar a la lengua de los nativos shuaras, pudo entablar amistad con los guardianes de estos túneles, que suelen frecuentar debido a la presencia de los Tayos, unas aves nocturnas que son codiciadas en la comunidad indígena por sus huevos. Fue así como Morizc, con la ayuda de los indios, realizó sus primeras exploraciones entre 1964 y 1969, este último año, en el que además dio a conocer su inquietante hallazgo.
El acta notarial de su descubrimiento, está fechada el 21 de julio de 1969 en la ciudad costeña de Guayaquil y uno de sus párrafos contiene estas inquietantes palabras:

“…he descubierto valiosos objetos de gran valor cultural e histórico para la humanidad. Los objetos consisten especialmente en láminas metálicas que contienen probablemente el resumen de la historia de una civilización extinguida, de la cual no tenemos hasta la fecha el menor indicio…”

Esta extraordinaria afirmación ponía en segundo plano la propia existencia de los túneles que, de acuerdo a la opinión de Moricz, eran artificiales: Construidos supuestamente por ésta civilización ignorada que vivía en las profundidades de la Tierra.
Otro dato detallado en dicha Acta de descubrimiento y que llamaba considerablemente la atención era la existencia de una Biblioteca Metálica de la cual no se obtenían más datos, aunque despertaba el interés por el legado que aquella cultura habría podido transmitir a nuestros tiempos. Una biblioteca de miles de libros de metal sobre repisas, con libros de entre 10 y 20 kilos, páginas grabadas por un lado con símbolos, diseños geométricos e inscripciones.

Localización de la cueva de los Tayos
En las faldas septentrionales de la Cordillera del Cóndor, a una altitud aproximada de 800 metros, en una zona montañosa irregular se sitúa la entrada “principal”, o mejor dicho la conocida, al mundo subterráneo de la Cueva de los Tayos. El acceso consiste en un túnel vertical, una suerte de chimenea con unos 2 metros de diámetro de boca y 63 de profundidad. El descenso se realiza con un cabo y polea. De allí, un verdadero laberinto se abre al explorador por kilómetros de misterio, que deben ser recorridos en la más absoluta oscuridad. Las linternas más potentes carecen de mayor utilidad ante las majestuosas galerías que posee el lugar.

La Cueva es denominada habitualmente “de los Tayos” debido a que su sistema de cavernas es el hábitat de unas aves nocturnas llamadas Tayos (Steatornis Caripensis), que constituyen la misma especie que se ha hallado en otras cavernas de Sudamérica, como por ejemplo, los “guacharos” en Caripe, Venezuela. El estudio inicial de esta conexión intraterrestre entre especies de aves nocturnas lo abordó detalladamente el sabio alemán Alejandro de Humboldt, en su obra: “Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente” (1800). Es sumamente sospechoso que una misma especie de aves ciegas esté diseminada en diversas cavernas de Sudamérica. ¿Será que todos aquellos laberintos intraterrestres no son cavernas aisladas y guardan una conexión?

En las inmediaciones de la Cueva de los Tayos del Ecuador viven los Shuaras, quienes en el pasado fueron conocidos con el nombre “Jíbaros”, famosos por su bravura y el arte de reducir cabezas. Ellos son los primeros exploradores del sistema subterráneo, ya que cada mes de abril bajaban a la cueva para hurtar los polluelos de los Tayos.

Las planchas de metal del Padre Crespi
De existir la increíble biblioteca ancestral descrita en el testimonio de Moricz, en ella se encontraría registrada la historia de la humanidad con una datación de  miles de años de antigüedad. Al enigmático descubrimiento se le suma la historia del Padre Crespi, ( más adelante se narra), un Párroco Salesiano de la Iglesia María Auxiliadora de Cuenca y que según relatos habría custodiado durante algunos años un conjunto de objetos extraños que los nativos le obsequiaron como un gesto de amabilidad y gratitud. Estas enigmáticas piezas, parecían ser muy antiguas, y contenían ideogramas en relieve, una suerte de “código de información” o “escritura”. Sin embargo, ninguna información útil puede obtenerse de ésta historia ya que estos objetos fueron posteriormente robados y el Padre Crespi murió hace ya varios años.

En 1976, la revista norteamericana Ancient Skies, publicó un revelador artículo del filólogo hindú Dileep Kumar, con el análisis de los símbolos de una de las piezas del padre Crespi – una lámina aparentemente de oro, de unos 52 cms. de alto, 14 cms. de ancho y 4 cms. de grosor – Los resultados de su investigación concluían que los ideogramas pertenecían a la clase de escritura Brahmi, utilizada en el período Asokan de la historia de la India, hace unos 2.300 años… Cuatro años más tarde, el doctor Barry Fell, Profesor de Biología de la Universidad de Harvard,  identificaba 12 signos de la lámina en cuestión con los propios signos empleados en el Zodíaco.
Teniendo en cuenta que estos objetos se hallaron en el Ecuador, la biblioteca de metal descubierta por Moricz en la Cueva de los Tayos, cobró mayor credibilidad. Los sucesos acaecidos no tardarían en atraer la atención de los cazadores de misterios!

Expediciones a la Cueva de los Tayos
 Esta es la secuencia de eventos implicados en el rastro del tesoro según el sitio GoldLibrary
1946 – Primera visita de Petronio a la cueva del tesoro.
1956 – Petronio registra su historia.
1964 – Petronio es entrevistado por: Alfredo Moebius, Andrés Fernández-Salvador Z, Pino Turolla y Juan Moricz.
1965 – Primera visita de Moricz a la Cueva de los Tayos en Morona Santiago.
1968 – Expedición de los Mormones a la región de la Cueva de los Tayos.
1969 – “Expedición Moricz” a la Cueva de los Tayos. Anuncio por la prensa.
1972 – Moricz y Dr. Peña llevan a Erich von Daniken en un viaje a Cuenca.
1974 – Documento notariado de los presuntos descubrimientos de Moricz (6 de Junio).
1975 – Primera reunión de Stan Hall y Moricz. “Expedición de las Piedras” a Méndez.
1976 – Extraordinaria expedición Británica – Ecuatoriana a la Cuevas de los Tayos de Stan Hall en Morona Santiago.
1991 – Moricz muere de repente en Febrero. En Septiembre Hall se reúne con Petronio Jaramillo y comienzan a intercambiar información durante seis años.
1996 – Petronio y Hall actualizan sus historias y formulan un plan de expedición.
1998 – Petronio es asesinado cerca de su casa en Esmeraldas.
1999 – Hall empieza viajes de reconocimiento al Oriente.
2005 – Hall publica la localización calculada del tesoro. Informa a la Embajada de Ecuador en el Reino Unido el 17 de Enero.

Andreas Faber Kaiser La Cruz del Diablo
La cruz del Diablo, es un texto escrito por Andreas Faber Kaiser en el año 1992 y que relata su experiencia en la búsqueda de éste increíble lugar durante su visita al Ecuador.
En 1986, me interné en solitario en la selva ecuatoriana, en busca de la entrada que —oculta en la espesura amazónica— da acceso a los túneles de los Tayos, que supuestamente albergan el valioso legado de una civilización desconocida.
Desde entonces guardé silencio sobre lo que allí averigüé, por haberlo pactado así con los celadores visibles de aquel mundo subterráneo.
Ahora, al cabo de seis años, me veo obligado a publicar parte de su testimonio, forzado a ello por sendos artículos aparecidos recientemente sobre las cuevas de los Tayos y sobre el túnel de Costa Rica.

Cuando le sorprendo en el comedor del hotel Guayaquil aquel mediodía de finales de marzo de 1986, le fastidio a Janos Moricz el jugo de papaya que se estaba llevando a los labios.
Retornó el vaso a la mesa y me miró como si fuera un ectoplasma: "¿De dónde sale usted? Ya no creíamos volver a verle..."
Contra su consejo y contra el de sus colaboradores, me había aventurado solo en el Oriente ecuatoriano, en la espesura de la selva amazónica, en busca de una confirmación de cuanto él aseguraba existe en el subsuelo de aquellos parajes vírgenes. Dado que no logré que me acompañara al lugar de su extraordinaria experiencia, decidí ir solo. Intentó disuadirme durante muchos días, para acabar brindándome una cena de despedida para alguien al que no se le va a volver a ver:  "Entrar solo en la selva supone la muerte. De allí no sales si no la conoces bien."

La ley del silencio
Ahora que había regresado, y que le demostré hasta dónde había llegado, su actitud cambió por completo: me abrió su pequeño museo junto a la sede de la Empresa Minera Cumbaratza y de la Empresa Minera del Sur, en Guayaquil, me mostró parte de su oro, sus fotografías del interior de los túneles, y me obsequió con un plano de los mismos: "Es usted el primer extranjero que ha tenido el arrojo de ir solo hasta las cuevas. Otros lo han intentado, pero nunca nadie había ido solo. Ha crecido enormemente mi respeto por usted, por lo que, la próxima vez que venga, le prometo acompañarle a la selva. Solamente le pido a cambio que no publique absolutamente nada de lo que ha visto ni de lo que le he estado explicando."
No hacía falta que insistiera en ello. Conozco bien las reglas y sé respetarlas: por ética y por propia seguridad, pues queda mucho camino por recorrer.

Un reguero de infartos
Prácticamente a la misma hora en que estaba yo aterrizando procedente de Bogotá en el aeropuerto Simón Bolívar de Guayaquil, el 22 de febrero de 1986, moría de un infarto en los montes cercanos a Vilcabamba, en donde Moricz estaba concentrando sus más recientes prospecciones mineras, el ingeniero jefe de su equipo de geólogos, el alemán Dr. Stadler, que hacía su primer recorrido de reconocimiento del terreno. Esta fue mi bienvenida.

Mi llegada coincidió con la del ingeniero Hans Theo Sürth, ayudante de Rommel en el desierto en sus años mozos, y que ahora actuaba en representación del Departamento de Geología y Minería de la misma empresa alemana que había enviado al Dr. Stadler. Al comunicar Sürth la muerte de su compañero a la central alemana, no tardó en recibir un telex de sus jefes que finalizaba con estas palabras: "... y abrid bien los ojos". No dudé en aplicarme el consejo.
En 1987 telefoneé a Pierre Paolantoni a su casa de Paris. Me interesaba contactarle dado que catorce años antes también él había obtenido información de primera mano de Janos Moricz, que por cierto cambió hace años su nombre original húngaro de Janos por el español Juan. Quedé con Pierre en que nos veríamos personalmente en la primera ocasión que yo tuviera de viajar a Paris. Cuando meses más tarde se dio esta ocasión, telefoneé previamente para acordar una cita.

Atendió al teléfono su mujer Marie Thérèse: que no hacía falta que fuera a verlos, dado que al día siguiente de mi primera llamada, Pierre Paolantoni había sido ingresado de urgencia en una clínica por haber sufrido un ataque cardíaco. Precisaba reposo  absoluto y no quería ni oír hablar del tema. Durante el invierno de 1991 acudí repetidas veces al domicilio de los Paolantoni en París, pero jamás logré hablar con ellos cara a cara.
Por primera vez desde su salida durante la ocupación rusa, Janos Moricz tenía intención de viajar a Europa, a su Hungría natal, en el verano de 1990. Al no venir, le llamé a Guayaquil:

"Con la guerra que se está fraguando en el Golfo, yo no viajo a Europa ni loco", me dijo, para añadir: "Y le doy un consejo: lárguese con su familia ahora que aún está a tiempo. Aquí tiene usted casa y comida para el tiempo que haga falta."
Temía que la guerra del Golfo le matara en Europa. Y las paradojas del destino pueden llegar a ser grotescas, dado que no interpretó bien el mensaje: se quedó en el Ecuador, y exactamente el día antes de que el diabólico presidente Bush anunciara el fin de la guerra del Golfo, Janos Moricz fue hallado muerto de un infarto de miocardio, el 27 de febrero de 1991, en la habitación de un hotel en Guayaquil.
  
El hallazgo de Moricz
Entre la voluminosa documentación que me entregó Juan Moricz cuando regresé de la selva, figura copia de la Escritura notarial de protocolización de la denuncia oficial de su sorprendente hallazgo
La presentó hace casi 20 años al Ministro de Finanzas, y por su intermedio al Presidente de la República del Ecuador, para dejar constancia de la exactitud de sus afirmaciones.

Extracto de esta Escritura notarial:
"He descubierto, en la región Oriental, provincia de Morona-Santiago, (click imagen derecha) dentro de los límites de la República del Ecuador, objetos preciosos de gran valor cultural e histórico para la humanidad, que consisten en láminas metálicas que elaboradas por el hombre contienen la relación histórica de toda una civilización perdida de la cual el género humano no tiene memoria ni indicio todavía.
Tales objetos se encuentran agrupados dentro de variadas y distintas cuevas, siendo de diversas clases en cada una de ellas. He realizado el descubrimiento de manera enteramente fortuita, en circunstancia en que, en mi calidad de científico, investigaba aspectos folklóricos, etnológicos y lingüísticos de tribus ecuatorianas.
Los objetos por mí descubiertos tienen las características siguientes, las cuales he podido constatar personalmente:
  
Uno: Objetos de piedra y metal en distintos tamaños, formas y colores.
Dos: Láminas de metal grabadas con signos y escritura ideográfica, verdadera biblioteca metálica que contiene la relación cronológica de la historia de la humanidad, el origen del hombre sobre la Tierra y los conocimientos científicos de una civilización extinguida."    Lámina metálica encontrada dentro la Cueva de Los Tayos...

Más adelante, y siempre dentro de la misma escritura notarial, Moricz no se anda con rodeos ni tapujos cuando se dirige al Presidente de la República:
"Pido a usted se digne nombrar una comisión nacional ecuatoriana de control y de supervisión, a fin de dar a conocer a sus integrantes el lugar exacto en que se encuentran las variadas cuevas y cavernas que contienen los objetos descubiertos.
Dejo constancia de que me reservo el derecho de posteriormente presentar ante quien usted determine, fotografías, películas, e incluso muestras originales que sirvan para ampliar la descripción e identificar claramente la forma, tamaño, disposición y calidad de los objetos por mí descubiertos.
Dejo constancia, además, de que en uso de mi derecho de dominio sobre la parte que me corresponde en el hallazgo en conformidad con la Ley, me reservo el derecho de proceder al señalamiento y ubicación exactos del lugar donde los objetos se encuentran una vez que se haya designado oficialmente la comisión que solicito, y ésta se halle reunida e integrada con los científicos, investigadores y observadores que yo por mi parte designe en salvaguarda de mis derechos."

Compromiso de silencio
El 23 de julio de 1969 se firmó en Guayaquil un documento que comenzaba así:
"Los abajo firmantes, integrantes de la expedición a las cuevas descubiertas y denunciadas en el Ecuador por el Sr. Juan Moricz, nos comprometemos formalmente a no formular declaración alguna periodística, radiodifundida, televisada u otras de similar naturaleza, ni a publicar fotografía alguna relacionada con la expedición, sus incidencias, los objetos preciosos existentes en el interior de las cavernas, la ubicación geográfica del lugar descubierto, las teorías o hipótesis a que conduce el descubrimiento y en general respecto de todos los pormenores de la expedición." Etc.

De hecho, yo podía haber publicado un libro sobre mi viaje a los Tayos ("Tayu Wari" en el idioma de los nativos) tan pronto como regresé a Barcelona, en la primavera de 1986. Pero no me parecía ético. Prefería seguir buscando en esta dirección, como en tantas otras, en silencio. Prefería la postura del propio Moricz, cuando le pregunté qué pasaría si él moría antes de poder dar al mundo el mensaje que se había traído del interior de las cuevas:
"No pasaría nada. Entonces no habré sido yo el elegido para dar este mensaje."

Pero apareció recientemente un artículo sobre los Tayos, firmado por alguien que nunca estuvo cerca de los mismos, ni mucho menos al borde de su entrada. Valga decir aquí de paso que tampoco Erich von Däniken estuvo jamás en la selva que encierra estas cuevas.
Un mes después de este reportaje, apareció un artículo sobre el túnel del "Templo de la Luna", al que descendí con Juan José Benítez en Costa Rica en octubre de 1985. Honestamente creo que no era momento todavía de publicar nada sobre ninguno de los dos túneles.
En el caso de los Tayos, me obligan a publicar parte de mi propio testimonio, en apoyo de sus mismas afirmaciones.

Maniobras de distracción
Como queda dicho, llegué a Guayaquil en febrero de 1986. En la sede de la Empresa Minera Cumbaratza me recibe Zoltan, compañero de fatigas de Moricz, y me comunica que acaba de morir en los montes cercanos a Vilcabamba el geólogo alemán ya citado.
En los días siguientes Janos Moricz, su compañero y compatriota Zoltan y Gerardo Peña, el abogado del grupo, me convierten en su huésped de honor y se empeñan en disuadirme de mi empeño de visitar las cuevas.


 "¿De verdad quiere irse a Oriente? Esto siempre es peligroso, e ir solo es un suicidio."
Pero yo no dejo de hacer mis preparativos para el viaje a la selva. Intento conseguir en Guayaquil, sin éxito, el ansiado suero contra la mordedura de serpientes, que no había podido obtener en Barcelona ni en Madrid. Tampoco aquí. En el mercado negro puedo agenciarme un revólver sin licencia por 80.000 sucres, unas 80.000 pesetas.
En algunas ferreterías de la capital del Guayas me ofrecen un rudimentario artefacto de dos balas, sin ninguna precisión, por unas 20.000.- pesetas. Decido que ya veré cómo me defiendo en la selva cuando esté más cerca de ella. Mientras tanto, me compro una hamaca y un poncho de lona para las lluvias.

En vez de ir conmigo a la selva como estaba previsto, Janos Moricz me invita a acompañarle a Vilcabamba, el pequeño valle andino con mayor índice de longevidad de América, no sin antes darme un consejo:
"Llévese bastantes botellas de aguardiente de caña. No para usted, sino para la mula, por si ésta flaquea en la selva: un trago de aguardiente la levanta de golpe. Además, es lo más seguro: montado en la mula no le morderá ninguna serpiente."

Me llevo aguardiente y whisky para mí. Viajo al sur del Ecuador, casi a la frontera con el Perú, en un "Trooper" de la Empresa Minera del Sur y en compañía de Zoltan.
"¿Por qué no se olvida de los Tayos? Verá cómo le gustan las minas. Es toda una experiencia. Escriba un libro sobre las minas y sobre el oro. Le daremos toda la información que precise y en Vilcabamba estamos abriendo una nueva prospección. Puede vivir allí como invitado nuestro el tiempo que quiera." No sabían con quién estaban hablando.

Ultimos consejos y advertencias
En el camino, me compro en Loja unas botas de agua "Siete vidas" para la selva: con ellas avanzas mejor cuando el piso se transforma en lodazal, y puedes evitar la eventual mordedura de alguna serpiente que estés a punto de pisar por no haberla visto entre la hojarasca. Sirven, siempre y cuando sus colmillos sean lo suficientemente pequeños para no perforar la goma de las botas.
Llegamos al Hotel de Turistas de Vilcabamba, en los Andes, adquirido y transformado por Moricz en laboratorio de Geología, en el preciso instante en que en su cocina dan caza a una serpiente que se había colado en el edificio.

En los dos días siguientes todo son intentos de disuadirme de mi intención de llegar a los Tayos. Dado que no cedo, Moricz me brinda un banquete de despedida en el que se queman los últimos cartuchos: me advierten que nadie había vuelto solo de aquella selva, que las boas van a dar cuenta de mí antes de que me pueda apercibir de ello, que los tigrillos (jaguares) no son ninguna broma, y que las serpientes esperan gozosas mi llegada. La orquestación era la de toda una "última cena".
Al día siguiente madrugo para emprender con el hijo del cónsul alemán en Guayaquil, Günter Lisken, agregado al ministro de Industria del Ecuador, el largo viaje en jeep hasta Cuenca, la histórica ciudad de los Andes. 

Media hora antes, Janos Moricz parece compadecerse de mí y me da unos cuantos consejos prácticos: la mejor ruta que puedo tomar, los contactos que debo localizar en el trayecto a la selva, y cómo protegerme de las serpientes: que embadurne de ajo los extremos de mi hamaca, ya que este olor las repele, y deposite algo más lejos potes de leche caliente, cuyo olor en cambio las atrae de forma casi encantada, mágica.
Pero yo ya no me fío de los consejos de quien me ha dejado plantado y ha hecho los imposibles por distraerme de mi objetivo principal. Cambio toda mi estrategia y mi ruta y prescindo de los contactos de Moricz, que averigüé sobre la marcha que no eran en absoluto recomendables.
A partir de ahora todo será improvisado, y me dejo guiar por mi intuición.

Ultimos aprovisionamientos
En Cuenca, ya solo, localizo por fin unas minúsculas bolitas de cloro que se utilizan para el agua de las piscinas. Me llevo una bolsa para purificar con ellas en mis dos cantimploras el agua de los arroyos que beberé. También me compro un machete de grandes dimensiones, única arma que finalmente me llevaré a la selva además de mi cuchillo de supervivencia, que ya traía de Barcelona.
Me informo de cómo llegar a Macas, la última localidad antes de la selva: iré en un autobús que marcha al Oriente, cruzando los Andes hasta rebasar la tercera cordillera y descender hacia la selva: 300 km que se cubren a marcha lenta en 12 horas. Precio: 300.-pts. En Macas hago el último esfuerzo por conseguir un arma de fuego, pero en vano. Necesito el dinero para alquilar una avioneta que me lleve al corazón de la selva.

Tampoco aquí tienen antídoto contra la mordedura de las serpientes. Me cuentan que dos días antes de mi llegada hallaron a una boa roncando junto a la orilla del río, con dos bultos bien visibles en su interior. Más abajo apareció un bote vacío: abrieron la boa y hallaron en su interior a la pareja que ocupaba el bote. Y todavía no me hallaba en la selva virgen.
Pido antídoto contra los ofidios en la rudimentaria enfermería de la misión de Chiguaza, algo apartada de Macas. No tienen, pero sí me da un remedio la hermana encargada de la misma: "Cuando te abras paso por la selva reza un avemaría y nada te pasará". Un anciano misionero prácticamente ciego tiene mejor consejo:
"Durante toda mi vida he andado por la selva pidiendo que no me tocara a mí, sino al que viniera detrás".

Rumbo a la selva
Tengo que esperar tres días para obtener permiso de vuelo con la avioneta: falta arreglar una pieza y además acaba de saberse que el general Frank Vargas Pazzos, jefe de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, se ha alzado contra el presidente de la República, León Febres Cordero. Se prohíben todos los vuelos en el Ecuador, y el batallón de Selva en cuya pista debe de aterrizar mi avioneta se halla en estado de alerta máxima.
De hecho despegamos de forma clandestina en cuanto se observa el primer claro entre las nubes y las brumas: un rápido contacto por radio para conocer la situación atmosférica en el área de destino permite intentar el vuelo.
Sobre la cordillera selvática del Cutucú tenemos serios problemas de visibilidad y no parece que el pequeño aparato quiera remontar fácilmente las copas de los árboles más elevados:

"Nosotros hace diez años que no tenemos ningún accidente mortal", me tranquiliza el piloto a mi lado. "Los de las misiones protestantes en cambio se la pegan con frecuencia, dado que salen a volar con el estómago lleno de alcohol para darse valor. Aquí en cuanto ves un claro entre las nubes tienes que despegar y rezar para que no se cubra durante el vuelo, para seguir teniendo visibilidad y llegar a tu destino."
En la pequeña pista de selva me recibe un sargento a pie de avioneta: debo acompañarle para justificar mi llegada y el motivo de mi estancia en aquél último bastión del ejército ecuatoriano en los lindes de su territorio selvático cercano a la frontera peruana. Allí solamente se iba castigado, o voluntario para subir escalafón en dos años de estancia. El coronel Gordillo me da la bienvenida y me prohíbe hacer fotografías en aquel lugar.

A los pocos minutos, una botella de whisky que saco de mi mochila le hace cambiar de opinión y me pide fotografiarse conmigo en aquel mismo marco. Me facilita máquina de escribir y una canoa con escolta armada para un tramo del río que deberé remontar a partir de allí.
A cambio me pide un informe de todo cuanto observe en mi ruta, dado que ellos mismos desconocen el lugar al que me dirijo. Les queda únicamente una dosis de antídoto contra las serpientes, pero no me la pueden dar porque es para cualquier emergencia que ellos puedan tener. Me internaré en la selva definitivamente sin armas de fuego ni antídoto contra las serpientes.
Aunque sí, me llevo un botellín de keroseno, si te muerden lo tomas y vomitas, pero no te mueres.
También sirve una lavativa de ajo, y los indígenas tienen un remedio eficaz: la curarina, una planta que nada tiene que ver con el veneno del curare, y que es eficaz remedio contra la mordedura de las serpientes.

Me detienen los guardianes
Un nuevo peligro lo representarán pronto los torbellinos de las aguas rápidas del río Santiago que estamos remontando. Uno de los dos últimos visitantes de esta zona murió al golpearse contra una roca y caer al agua. Pregunto qué hacer si te ataca una de las boas que acechan en los remansos del río: nada. No tienes tiempo. Si caes al agua te arrastra inmediatamente hacia el fondo te aprisiona el tórax y te devora entero.
El último tramo es a pie, en una caminata ascendente, con una mochila de 22 kg a las espaldas, en que tienes que abrirte paso a machetazos hasta llegar al poblado nunkui del Coangos.
Durante el viaje había ido oyendo silbidos en la selva: con el lenguaje de los pájaros se comunican los jívaros de estos parajes, y a mi llegada ya sabían de dónde y en qué circunstancias venía. Me ofrecieron chicha —raíz de yuca masticada por las mujeres del poblado— y aguardiente de caña.
Al cabo de un rato me comunican que no puedo entrar en ninguna hea (cabaña), ni salir del poblado: soy su prisionero hasta que se aclare quién soy y para qué he venido.
  
Interrogatorio a vida o muerte
Bien entrada la noche llega por fin un responsable con poder de decisión. Le pregunto qué significa aquella retención y aquella actitud hostil hacia mí, dado que tenía mis papeles en regla, venía desarmado y contaba con un salvoconducto del Gobernador de la zona, que instaba a todos los habitantes de la  misma a prestarme ayuda.
Me contestó que aquel salvoconducto era papel mojado en el territorio de su tribu, y yo estaba en el fondo completamente de acuerdo con él en este extremo.

Y continuó:  "Este es nuestra selva y nuestro territorio, y tu has entrado en él sin nuestro permiso. Si fueras portador de un permiso nuestro, la costumbre de nuestro pueblo nos obligaría a protegerte mientras estés aquí, y nos obligaría a acompañarte hasta que volvieras a salir de nuestra selva con vida, aunque en ello muriera alguno de los nuestros. Pero dado que has entrado en nuestro territorio sin avisarnos de tu llegada, debes saber que si mañana desapareces en estos parajes, si te matamos esta noche, nadie se va a enterar nunca de ello. Nadie conocería tu paradero ni podría venir en tu ayuda. Desaparecerías para siempre."

Aquella primera noche dormí sin llegar a pegar ojo. Con el machete a mano y el cuchillo escondido en una de mis botas. Si la cosa se ponía fea eran unos 50 individuos, repartidos en 9 cabañas, los que tendría frente a mí. Tampoco ellos se fiaban de mí. Nadie quiso acogerme en su cabaña. Al día siguiente seguí inquiriendo el motivo de aquella desconfianza y de aquella hostil acogida, que para mí no era lógica en una tribu de su estilo: "Es que puedes ser un espía".

Me acordé de repente de que el Gobernador me había advertido que no me adentrara solo en aquella zona de la selva, dado que los jívaros (shuaras)  estaba en guerra entre sí, entre tribus: unos querían ser ciudadanos ecuatorianos "oficiales" y los otros preferían seguir siendo los hijos de la selva y dueños de su propia libertad e independencia.
Pensaban que yo podía ser un espía que trabajaba para alguno de los bandos contendientes.

Has venido para espiar las piedras
Cuando insistí en que no tenía nada que ver en esta lucha, acabó por confesarme:
"También puedes haber venido para espiar las piedras." Aquello ya me intrigó muchísimo más. ¿Espiar las piedras? - "Sí, puedes haber venido para espiar las piedras que constituyen la razón de nuestra existencia aquí." Le dije que sí, que ese era precisamente el motivo de mi viaje.
En los días siguientes fui indagando más y más aspectos de lo que había detrás de estas piedras: averigüé así que la razón de vivir de estos indios, en esta zona concreta, se debía al hecho de que eran los guardianes de lo que se ocultaba debajo de sus pies, en el subsuelo de aquel pedazo de selva: los agujeros que pertenecían a otros seres que ellos desconocían, pero que el legado de sus padres y abuelos afirmaba vivían en aquellas profundidades.

Nunca los habían visto ellos, pero cuando descendían a las cuevas en alguna ocasión veían sombras que huían rápidamente en la penumbra, y que dejaban huellas de pisadas en el lodo. Me fui ganando la confianza de aquellos jívaros distintos hasta lograr que por fin aceptaran tatuarme en el brazo el mismo signo que ellos llevan marcado en el rostro: sería mi salvoconducto para futuras incursiones en su territorio.
El veterano Waharai acabó llenando de humo una gran hoja que tomó de los alrededores, afiló una rama en punta y fue pinchándome con paciencia hasta grabarme aquel signo con humo en la piel. 

Pero antes, con tiento y paciencia, fui averiguando día a día y noche a noche las historia de las piedras. Me acompañaron además hasta la boca de entrada de Tayu Wari, la gran boca negra en la que anidan los tayos, pájaro sagrado que guarda en la tradición el acceso al mundo subterráneo.
De regreso, hicimos un alto en el río que separa la boca de la cueva del poblado en el que vivía. De repente, me dice uno de ellos:
"La otra entrada que buscas está frente a tí. Mira atentamente. Nunca podrás penetrar en ella, pues la guardan las boas. Dos niños de una misma mujer de nuestra tribu han muerto devorados por las boas, uno cada año, el anterior y éste, mientras jugaban aquí en la orilla del río." 

Lo que hay debajo
De acuerdo con los relatos que personalmente me hicieran Janos Moricz y su compañero Zoltan en Guayaquil y en Vilcabamba, y de acuerdo también con los relatos que escuché en la selva de boca de los transmisores de los conocimientos antiguos de su tribu, entre ellos los jívaros shuaras Wamputsar y Kajekai Wajarai Nunkuich, así como Venancio, que me abordó mientras estaba solo en el riachuelo de la selva lavando mi ropa, relatos que en lo esencial coinciden con los recogidos de boca de Moricz por Salvador Freixedo y por el matrimonio Marie-Thérèse Guinchard y Pierre Paolantoni, el interior de Tayu Wari alberga lo siguiente:

Una vez descendida la oscura chimenea de más de 80 metros de profundidad en la que anidan los pájaros sagrados llamados tayos, recorridos los primeros 300 metros de subterráneos y atravesada la gran estancia bautizada por Moricz como "Domo de Nuestra Señora del Guayas", hay que recorrer dos galerías largas, hasta que se dobla un recodo de 90 grados que forma el mismo pasadizo, y que a renglón seguido conduce a una curva en sentido contrario. De allí se desemboca en una sala circular.

En su centro hay una mesa redonda tallada en piedra, rodeada de siete asientos que son también de piedra. En la pared de roca, detrás de cada asiento, una abertura rectangular. A partir de aquí hay que penetrar en la abertura que está orientada hacia el Sur. Un pasadizo pequeño, bajo y estrecho, asciende por una pendiente poco pronunciada. Al cabo de una hora larga de lenta ascensión, el túnel vira hacia el Sureste y asciende ahora en una pendiente más acentuada. Poco después, el túnel se estrecha aún más, ahora en descenso, y hay que continuar a gatas.

Al poco rato se percibe una luz, al final de la pendiente. La boca del túnel queda separada del exterior por una potente cascada de agua que la cubre por completo. Una vez cruzada la cascada, se llega a un promontorio, abierto en lo alto sobre la selva virgen, y que da paso a una enorme gruta. Junto a ella, en la pared de la roca que forma un precipicio a plomo sobre la selva virgen que se divisa abajo en el valle, un resbaladizo camino enlosado forma una estrechísima cornisa que conduce hasta otra abertura, esta vez pequeña, en la roca: se trata de una pequeña cavidad de solamente tres metros de profundidad.

En el piso de esta pequeña estancia hay dos losas cuadradas de medio metro de lado cada una. Debajo de ella, una estrecha escalera de piedra, que hay que descender hasta llegar a una galería de piso de tierra. Al final de la misma, una bajada extremadamente peligrosa que desemboca en una nueva gruta que alberga un pequeño lago de unos 40 metros de ancho.
Continúa a partir de aquí una galería horizontal que se extiendo a lo largo de algo más de un kilómetro, para virar luego hacia el Oeste e iniciar una bajada poco pronunciada. Por este camino se llega al cabo de una hora larga de marcha a una nueva gruta, mucho más pequeña que la anterior, y que también posee un pequeño lago interior.

Al retirarse el agua de este lago, fenómeno que se produce en determinadas circunstancias, aparece en su fondo, a unos diez metros de profundidad, una galería lateral. Al cabo de unos metros, una larga escalera ascendente conduce hacia un nuevo pasadizo superior, horizontal, extremadamente estrecho y de algo más de metro y medio de altura, que avanza en espiral. Al final, una escalera descendente muy pronunciada. Un poco más adelante, una nueva cavidad, en cuyo centro se halla una especie de altar. Más allá, un enorme pórtico abre el paso a una galería ancha, que se desanda cómodamente hasta llegar a una suave pendiente que desemboca en una gruta.

En esta gruta, una luz procedente de una especie de lámpara giratoria ilumina numerosos esqueletos humanos totalmente recubiertos de oro. Junto a ellos, ingentes cantidades de joyas de todo tipo. En el centro de la estancia se halla una mesa o pupitre de piedra, sobre el cual se hallan unos libros cuyas hojas son de oro. Sus páginas están cubiertas de jeroglíficos, y contienen la historia de todas las civilizaciones de la Tierra.
Allí moran los habitantes de estas cavernas. Más bajos que nosotros. Se mueven como sombras en la penumbra. Ningún extraño debe tocar nada de lo que allí ve. De lo contrario, nunca más hallará el camino de salida.

No des un paso en falso
Esta es la historia y existe el lugar. Pero podría ser que no fuera éste el lugar de esta historia. Porque un lugar así, naturalmente, se cubre con habilidad. Si te aventuras tras las huellas que dejo en este reportaje, no hallarás más que un conjunto de cuevas entrelazadas, y unos indios que guardan silencio.
Pocas son en estos momentos las personas que conocen las claves correctoras para llegar a la biblioteca de oro. Este reportaje te muestra la cerradura. Pero si no posees la llave, nunca llegarás a abrir la puerta. Si intentas forzarla, reventarás en el intento.

Lee, escucha, documéntate en otras fuentes, en otros textos, en otros libros. Existen. La llave existe, por fortuna para los auténticos buscadores. Solamente hay que ser sincero consigo mismo, ser honesto, y saber leer cada frase en varios sentidos. De la habilidad y limpieza de propósitos del buscador depende, exclusivamente, el dar con la llave de este legado.
Recuerda siempre que solamente llega aquél que realmente merezca llegar.

La expedición de Stan Hall
El ingeniero escocés Stan Hall, desde siempre se interesó por las construcciones ancestrales y su gran dedicación al estudio de las antiguas civilizaciones lo acercó a descubrir también algunos de los mitos más emocionantes. Desde muy joven creyó que América del Sur era como una especie de página perdida de la prehistoria, por lo que después de descubrir la historia de las cuevas de los tayos, organizó una expedición sin precedentes a la región del Ecuador oriental, en busca del mayor tesoro que cualquier investigador pueda obtener. La verdad. En dicha expedición se involucraron una docena de instituciones científicas y las fuerzas armadas de Ecuador y Gran Bretaña.

Un hecho altamente curioso de ésta expedición es que de la misma participara el reconocido astronauta Neil Amstrong. Las investigaciones Ecuatoriano-Británicas se desarrollaron por 35 días, instalando un generador de electricidad en el campamento base, a escasos metros de la boca misma de la Cueva, descendiendo a diario a las profundidades para desarrollar sus “investigaciones geológicas y biológicas”. Según el informe final, la comisión de estudiosos concluyó que la Cueva de los Tayos no tenía origen artificial, y que no existían indicios de trabajo humano. Todo lo había hecho la naturaleza…

Una conclusión desconcertante teniendo en cuenta los claros dinteles y bloques de piedra que se pueden encontrar en el sistema intraterreno, muy similares a los que halló, paradójicamente, el equipo de arqueólogos de la expedición a mitad de camino entre el campamento base y la unión del río Coangos con el Santiago. Hallaron un muro megalítico de aproximadamente 4,50 metros de largo por 2,5 metros de alto.

El espeleólogo argentino Julio Goyen Aguado -presente en las primeras expediciones a la Cueva de los Tayos, incluyendo la incursión ecuatoriano-británica- sostenía que la expedición de 1976 fue financiada por la Iglesia Mormona, ya que las planchas metálicas que aludía Moricz recordaban las propias planchas de oro que recibiera el profeta Joseph Smith de manos del ángel Moroni. Teniendo en cuenta diversas leyendas mormonas apuntan a que los citados registros estarían ocultos actualmente en algún lugar de la cordillera de los Andes, es curioso notar que la zona donde se ubica la Cueva de los Tayos se denomina “Morona”, similar al nombre del “enviado” que contactara a Smith. Sea como sea, Aguayo, ya fallecido, sospechaba que Stanley Hall pertenecía a los Servicios Secretos del Reino Unido, además de formar parte de la masonería inglesa, sumamente interesada en encontrar la biblioteca metálica. Neil Armstrong, y recordemos bien esto, también era masón. Los resultados oficiales de la investigación se pueden leer en éste sitio: Ecuador: La cueva de los Tayos

El Misterio de una Civilización intraterrestre
La creencia en civilizaciones intraterrestres muy evolucionadas espiritualmente forma parte de muchas tradiciones filosóficas o religiosas del mundo. Tampoco es desdeñable el número de personas que dan testimonio de una “realidad fantástica” con zonas cálidas, llenas de vida vegetal y valles perdidos e en lugares inhóspitos de nuestro subsuelo. Incluso autores como Julio Verne, James Hilton, C. W. Leadbeater, John G. Fuller, el polémico Raymond Barnard; y aventureros como Ferdinand Ossendowski y Nicholas Roerich, han hablado de estos reinos subterráneos a través de sus novelas. ¿Podría nuetsro planeta haber albergado vida en su interior en el pasado? – Acaso podría hacerlo en la actualidad?.
El Sistema de cuevas de Ecuador representa solamente una de tantas historias reales o leyendas sobre ésta hipótesis como las cuevas subterráneas de Yucatán, las montañas de Paucartambo en Perú, la sierra del Roncador en Brasil, las cuevas de Afganistán, el monte Kailós en el Tíbet – que conectan no sólo áreas diferentes dentro del mismo continente; sino que, en opinión de algunos investigadores, bien podrían unir diferentes partes del mundo.
Numerosas tradiciones antiguas se basan en la existencia de ciudades intraterrenas conectadas mediante una vasta red de pasadizos.

Padre Carlo Crespi, el verdadero descubridor del tesoro de la Cueva de los Tayos
En la región amazónica ecuatoriana llamada Morona Santiago existe una caverna muy profunda, llamada Cueva de los Tayos.
La caverna, que se encuentra a una altura de 800 metros sobre el nivel del mar, se llama Tayos, del nombre de característicos pájaros semiciegos que viven en sus profundidades. Los indígenas Shuar o Jíbaros (que tenían la costumbre de reducir el cráneo de los enemigos muertos en batalla), que viven en las cercanías de la gruta, solían alimentarse de esas aves.

La noticia más antigua de la caverna se remonta a 1860, cuando el general Víctor Proano envió una breve descripción de la gruta al Presidente del Ecuador de entonces, García Moreno.
No obstante, sólo en 1969 un investigador húngaro de nacionalidad argentina, de nombre Juan Moricz, exploró a fondo la caverna, encontrando muchas láminas de oro que contenían incisiones arcaicas parecidas a jeroglíficos, estatuas antiguas de estilo medioriental y otros numerosos objetos de oro, plata y bronce: cetros, yelmos, discos y placas.

El investigador húngaro llevó a cabo también una extraña tentativa de oficializar su descubrimiento, registrando sus hallazgos en la oficina de un notario de Guayaquil, el día 21 de julio de 1969, pero su solicitud fue rechazada.
En 1972, el escritor sueco Erik von Daniken difundió en todo el mundo el hallazgo del investigador húngaro.
Cuando la noticia del extraño descubrimiento de Moricz se divulgó por el planeta, muchos estudiosos y esotéricos decidieron explorar la caverna en expediciones privadas.
Una de las primeras y más arriesgadas expediciones fue la conducida en 1976 por el investigador escocés Stanley Hall, en la cual participó el astronauta estadounidense Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la luna en 1969.


Se narra que el astronauta refirió que los tres días que permaneció en el interior de la gruta fueron incluso más significativos que su legendario viaje a la luna.
En la empresa participó el espeleólogo argentino Julio Goyen Aguado, amigo íntimo de Juan Moricz, de quien había recibido referencias sobre la exacta localización de las placas y láminas de oro talladas.
Parece que Goyen Aguado, bajo indicación de Moricz, quien no participó en la expedición, despistó a Stanley Hall, impidiéndoles a los anglosajones apropiarse de los antiguos hallazgos de oro.

Otras versiones de la historia sugieren, en cambio, que los anglosajones saquearon parte del tesoro, llevándoselo ilegalmente de Ecuador.
Según otros investigadores, quien verdaderamente descubrió los inmensos tesoros arqueológicos de la Cueva de los Tayos no fue el húngaro Moricz, sino más bien el sacerdote salesiano Carlos Crespi (1891-1982), nativo de Milán.
Crespi habría indicado a Moricz cómo entrar en la caverna y cómo encontrar el camino correcto en el laberinto sin fondo que se encuentra en sus profundidades.

Carlos Crespi, quien llegó a la selva amazónica ecuatoriana en el lejano 1927, supo ganarse pronto la confianza de los autóctonos Jíbaro e hizo que le entregaran, en el curso de los decenios, cientos de fabulosos pedazos arqueológicos que se remontan a una época desconocida, muchos de ellos de oro o laminados en oro, por lo general magistralmente tallados con arcaicos jeroglíficos que nadie ha sabido descifrar hasta hoy.
A partir de 1960, Crespi obtuvo del Vaticano la autorización de abrir un museo en la ciudad de Cuenca, donde estaba ubicada su misión salesiana. En 1962 hubo un incendio y parte de los hallazgos se perdieron para siempre.

Crespi estaba convencido de que las láminas y las placas de oro que él encontró y estudió señalaban sin lugar a dudas que el mundo antiguo medioriental anterior al diluvio universal estaba en contacto con las civilizaciones que se habían desarrollado en el Nuevo Mundo a partir de hace sesenta milenios. (Mira mi intrevista a la arqueologa Niede Guidon).
Según el Padre Crespi, los arcaicos signos jeroglíficos incisos o grabados quizá con moldes, no eran otra cosa que la lengua madre de la humanidad, idioma que se hablaba antes del diluvio (ver mi artículo sobre el idioma nostrático).

Las conclusiones de Crespi eran extrañamente similares a las de otros investigadores del mismo período, como el esotérico peruano Daniel Ruzo (estudioso de Marcahuasi), el médium estadounidense G. H. Williamson, el arqueólogo italiano Constantino Cattoi o el investigador ítalo brasilero Gabriel D’Annunzio Baraldi (quien documentó a fondo la Pedra do Ingá).
A fines de los años 70 del siglo pasado, Gabriel D’Annunzio Baraldi visitó frecuentemente Cuenca, donde conoció tanto a Carlo Crespi como a Juan Moricz.
En aquella ocasión, Carlo Crespi le reveló al italo-brasilero que la Cueva de los Tayos no tenía fondo y que las miles de ramificaciones subterráneas no eran naturales, sino construidas por el hombre en el pasado. Según Crespi, la mayoría de los hallazgos que los indígenas le daban provenían de una gran pirámide subterránea, situada en una localidad secreta. El religioso italiano confesó luego a Baraldi que, por miedo a futuros saqueos, ordenó a los indígenas cubrir totalmente de tierra dicha pirámide, de manera que nadie pudiera encontrarla nunca más.

Según Baraldi, los arcaicos jeroglíficos incisos en las láminas de oro de la Cueva de los Tayos recordaban el antiguo alfabeto de los Hititas, que según él habían viajado y colonizado parcialmente a Suramérica dieciocho siglos antes de Cristo. Baraldi notó que en muchas placas y láminas de oro había varios signos recurrentes: el sol, la pirámide, la serpiente, el elefante. Particularmente, Baraldi interpretó la placa donde estaba incisa una pirámide con un sol en su cima como una gigantesca erupción volcánica que ocurrió en épocas remotas.

Cuando Carlo Crespi falleció, en enero de 1980, su fantasmagórica colección de arte antediluviana fue sellada para siempre, y nadie pudo admirarla nunca más. Hay muchos rumores sobre la suerte de los valiosísimos hallazgos recogidos pacientemente durante largos decenios por el religioso milanés.
Hay quienes dicen que simplemente fueron enviados en secreto a Roma y que yacen todavía en algún rincón del Vaticano.
Otras fuentes pretenden probar que el Banco Central del Ecuador compró, el 9 de julio de 1980, por la suma de 10.667.210 $, aproximadamente 5000 piezas arqueológicas de oro y plata. El responsable del museo del Banco Central del Ecuador, Ernesto Dávila Trujillo, desmintió categóricamente que la entidad del Estado haya comprado la colección privada del Padre Crespi.


Prescindiendo de la localización física actual de los hallazgos arqueológicos del Padre Crespi, quedan las fotografías y los numerosos testimonios de muchos estudiosos que prueban su veracidad.
Casi parece que alguien quiso ocultar las fantásticas piezas arqueológicas coleccionadas y estudiadas por el religioso milanés. ¿Por qué?
Con seguridad, la prueba de que pueblos antediluvianos y otros sucesivos al diluvio, pero netamente mediorientales, hayan visitado la cuenca del Río Amazonas en tiempos tan remotos y que hayan dejado una tal cantidad de maravillosos hallazgos es una verdad que podría ser incómoda. Muchos historiadores convencionales han descrito al Padre Crespi como un impostor o simplemente un visionario que mostró como auténticas láminas de oro que eran sencillamente falsificaciones o copias de otras creaciones artísticas mediorientales.

Mi opinión sobre los enormes tesoros de la Cueva de los Tayos es que son auténticos y que provienen del Medio Oriente.
Sin embargo, hay que distinguir entre algunos hallazgos en los que fueron tallados aparentes jeroglíficos y otros que son representaciones de arte sumerio, asirio, egipcio e hitita.
Estoy convencido de que antes del diluvio, los pueblos que vivían en la tierra firme correspondiente a la actual plataforma continental del continente africano (posteriormente sumergida) tenían frecuentes intercambios con los pueblos que, ya desde hacía sesenta milenios antes de Cristo, vivían en el actual Brasil. La Pedra do Ingá, estudiada a fondo por Baraldi y descrita por mí en enero del 2010, testimonia que pueblos antiquísimos describieron un evento para ellos muy importante (¿quizá el diluvio universal?) utilizando un arcaico método de escritura (¿una forma de escritura nostrática?) después de haber llegado al actual Brasil a causa de un acontecimiento fortuito.

Además, es útil recordar también el arcaico alfabeto inciso en la estatuilla (proveniente del interior del Brasil), de basalto negro que le dio el escritor Rider Haggard al explorador Percy Fawcett. Dicho alfabeto es muy similar a los signos incisos en las láminas de oro de la Cueva de los Tayos.
En este sentido se pueden reconocer y describir algunas inscripciones arcaicas de los hallazgos de la Cueva de los Tayos como pertenecientes al idioma nostrático.
En cuanto a los otros hallazgos, de clara procedencia medio-oriental post-diluviana, me parece correcto considerarlos como restos de varias expediciones ocasionales que fueron llevadas a cabo a partir del tercer milenio antes de Cristo por los sumerios y sucesivamente por los egipcios, fenicios y cartagineses.

Estas conclusiones mías no están solamente apoyadas en el hecho de que se hayan encontrado restos de hoja de coca en las momias egipcias, sino sobre todo en los recientes descubrimientos en el altiplano andino, como la Fuente Magna y el monolito de Pokotia.
Queda el misterio de por qué todo aquel inmenso tesoro fue reunido en la Cueva de los Tayos y en los laberintos que se encuentran en sus profundidades.
En mi opinión, es posible que restringidos grupos de antediluvianos, sobrevivientes de la gigantesca catástrofe, una vez que desembarcaron en Suramérica, hayan querido salvar sus preciosísimas reliquias escondiéndolas luego en una gruta que consideraron segura.
 
En lo que concierne, por otro lado, a los pueblos medio-orientales post-diluvianos, refiriéndome particularmente a los sumerios, egipcios, fenicios y cartagineses, es posible que todo grupo viajara con especiales insignias de su estirpe y origen, que en el curso de los años se perdieron en los Andes (como es el caso de la Fuente Magna). A continuación, los antepasados de los indígenas Suhar aglomeraron esas reliquias en la Cueva de los Tayos, considerándolas objetos sagrados que debían ser reunidos obligatoriamente en un lugar considerado mágico por su tradición.