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El secreto de los amish

Los amish
En las zona de Ohio, Pensilvania y sur de Canadá viven grupos de inmigrantes, que se supone eran de Alemania y Suiza, que se distinguen por su especial forma de vida, respetando estricta reglas de convivencia entre ellos y con el resto de la sociedad. Es como si el tiempo para ellos se hubiese detenido en 200 años atrás, rechazando toda tecnología moderna, como televisores, teléfonos, y demás artefactos del hogar. También evitan el uso de las nuevas energías como el gas y la electricidad, pues se iluminan con lámparas de petróleo.


A pesar de su singularidad, a veces hay reglas que son permitidas en algunas aldeas, mientras que en otras no, todo depende del criterio del líder religioso que dirige el grupo. Las normas van desde las mas elementales e inimaginables como el tamaño y forma de los botones hasta los colores de la ropa o propiedades en donde habitan. Normalmente los hombres llevan trajes de colores oscuros y sombreros de ala ancha, mientras que las mujeres usan faldas largas, vestidos sencillos, con delantal y una cofia.

Los amish son una agrupación religiosa cristiana de doctrina anabaptista, conocidos principalmente por su estilo de vida simple, su vestimenta modesta y tradicional y su resistencia a adoptar comodidades modernas. Son alrededor de 230.000 personas, principalmente en 22 asentamientos en los Estados Unidos de América y en Ontario, Canadá.
Algunas de las prácticas compartidas por la mayoría de estos grupos son las siguiente, no son estrictas y algunos grupos más pequeños han adoptado prácticas que son un poco mas progresistas o menos restrictivas.
Normalmente, hablan un dialecto alemán, pero aprenden Inglés en la escuela que son edificios de una gran y solitaria habitación y a cargo de los propios Amish. La educación formal más allá de 8 º grado no se recomienda, aunque a muchos jóvenes se les una instrucción adicional en sus hogares después de la graduación.

Para los amish, las habilidades domésticas y agrícolas son una parte muy importante en la educación del niño. Los padres consideran que la educación de sus hijos debe ser la estrictamente necesaria para ser un buen campesino y un buen padre de familia. También son excelentes carpinteros, fabricando todos sus amoblamientos, como también sus casas, salones y graneros.

Los hombres siguen las leyes de las Escrituras Hebreas en cuanto a la barba. No dejan crecer los bigotes, a causa de su asociación con los militares. Suelen vestir con un de color oscuro. Las mujeres suelen llevar un vestido de color liso con mangas largas, sombrero y delantal. Los. vestidos de novias son a menudo de color azul o púrpura.
Con muy pocas excepciones, no permiten la tenencia o uso de automóviles o tractores. Sin embargo, ellos viajan en los vehículos cuando sea necesario. Se desplazan en coches de caballos, que llaman buggys. No usan la electricidad, ni artefactos como radios, televisores, computadoras personales, juegos de ordenador, etc. Algunas comunidades usan la electricidad con ciertos límites. Por ejemplo, puede ser producida con generadores propios, para determinadas tareas como soldar, recargar baterías o hacer funcionar las ordeñadoras.


Los teléfonos en las casa normalmente no están permitidos. Algunas familias tienen un teléfono alejado de la casa. La mayoría de los grupos de Amish no aceptan la Seguridad Social ó las pensiones en Canadá, como los beneficios de los planes de salud, el seguro de desempleo. Tiene fondos propios de de ayuda mutua para sus miembros cuando necesiten ayuda con los costos de los médicos, dentista, etc.
No toman fotografías, ni se dejan fotografiar. Para ello sería un momento de vanidad y orgullo. Además, podría violar la prohibición establecida en el Éxodo 20:04, el segundo de los Diez Mandamientos: “No harás a ti ninguna imagen, ni ninguna semejanza de cosa que … en la tierra …”

Los matrimonios fuera de la fe religiosa no están permitidos. Las parejas que planean casarse son publicados a finales del mes de octubre. Ellos se casan en una de sus casas durante noviembre o principios de diciembre. Se celebran las tradicionales fiestas cristianas. También observan un día de ayuno el 11 de octubre.
Los servivios religiosos se llevan a cabo cada dos semanas , los días domingos alternos. Entre los domingos libres, los miembros suelen asistir al servicio de otra congregación, o visitar amigos o familiares. Los servicios consisten en el canto, rezar dos oraciones, lectura de la Biblia, leer un sermón de apertura, y un sermón principal.

Los servicios de comunión se realizan dos veces al año, en la primavera y el otoño. Antes del servicio, se reúne un consejo en que los asistentes resuelven cualquier desacuerdo que tienen entre sí. También discuten asuntos relacionados con el estilo de vida y desarrollo adecuados. Se suelen celebrar en las casas de los miembros. Por regla general, no construyen casas de reunión o iglesias. Los funerales se realizan en el hogar, de forma muy recatada, sin decoraciones florales. El ataúd es claro, sin adornos. Al morir, una mujer suele ser enterrada con su vestido de novia. Una sencilla lápida se levanta después del entierro.

A los adolescentes mayores de 16 años se les permite cierta libertad en el comportamiento, que se conoce como “rumspringa”. Se trata de un intervalo de pocos años, mientras que viva en su casa, pero son liberados de la estricta supervisión de sus padres. Puesto que aún no han sido bautizados, y no se han comprometido a seguir las restricciones de comportamiento y reglas de la comunidad impuestas por la religión.
Dependiendo de las reglas de comportamiento de su comunidad en particular, se les puede permitir en ese período, a salir con sus amigos, visitar el mundo exterior, ir a fiestas, tomar bebidas alcohólicas, usar prendas de jeans, etc. La intención “libertad” es asegurarse de que los jóvenes están darán su consentimiento a conciencia cuando deciden ser bautizados. Alrededor del 80% al 90% deciden permanecer en su grupo amhis.

La comunidad actúa de forma muy eficaz cuando alguno de sus miembros tiene algún problema. Por ejemplo, reconstruye en un sólo día un granero dañado por el fuego o por cualquier desastre natural. Los miembros de la comunidad deben apoyarse mutuamente y evitar los enfrentamientos, la violencia, tanto física como verbal. Los padres educan a sus hijos desde pequeños para que no pronuncien palabras que puedan herir los sentimientos de los demás o generar agresiones. Las familias suelen ser numerosas, con hasta diez hijos.

Los Amish, una sociedad perdida en el tiempo
Detenidos en el tiempo e indiferentes a lo material, los Amish ocultan un gran misterio. Detrás de su simple forma de vida se esconde el secreto de la paz interior. La llegada al condado de Lancaster es como a cualquier otra zona rural de los Estados Unidos. La salida de la carretera Interestatal, unas cuantas intersecciones, y una ruta desde donde se pueden ver granjas, campos de diversos tonos de verde y ocre, y casas de madera con jardines de cuento.

La primera sorpresa viene cuando se comienzan a suceder los carteles de "Cuidado, carro tirado a caballo"... ¿Y eso? 
Parados en una esquina escuchamos a lo lejos un clip-clop de cascos contra el pavimento hasta que tuvimos frente a nosotros una visión perdida en el tiempo: una especie de zulqui negro y gris tirado por un azabache, y conducido por una pareja Amish de ceñudo aspecto.
Esa fue la primera introducción a un mundo diferente y tal vez impensado. Un mundo donde la imagen no es nada y una congregación de hombres de bien viven al margen de las necesidades modernas. ¿Quién se puede imaginar a una chica de Buenos Aires, París o Londres viviendo con sólo cuatro vestidos, uno para el domingo, uno para salir, uno para trabajar y uno de recambio? ¿O vivir sin auto, sin TV, sin un buen equipo de música?


Esta gente de barba larga y sombrero de paja no hace más que sorprender y hacerse respetar por la gente que los viene a visitar y a comprar sus excelentes productos. Son impresionantes sus miradas tranquilas y seguras y la seguridad sincera que expresan en su forma de actuar. Creo que casi todos, quien más, quien menos, hemos pensado sobre el límite de nuestras necesidades, sobre tener miles de remeras (o zapatos, o vestidos, etc.) archivadas en el armario, sobre lo que supone gastar horas de nuestra vida frente a un televisor... Bueno, pues ellos no sólo se lo plantean sino que adoptaron una nueva forma de vida.

Lo cierto es que más allá de la curiosidad que significa encontrar a gente tan distinta, una visita por estas tierras nos deja mucho para pensar: sobre nuestra forma de vivir, sobre nuestros valores (que cada vez representa un desafío mayor ponerlos en práctica), sobre nuestra solidaridad, sobre nuestro medio. Un par de días allí te sintonizan en otra onda. Sí, no es una onda "cool", pero pareciera que esta gente conoce el secreto de la paz interior...

Cómo reconocerlos
Nada más fácil, por sus vestidos y por sus medios de transporte. Al clip-clop que les había mencionado antes, agréguenle un clinc-clanc de las ruedas siempre metálicas de estos viejos antecesores del automóvil (esto ya parece un audiovisual). 
Hay varios tipos de carro: para ir al mercado, los del cortejo, los de verano, los familiares. Pero el zulqui no es el único medio de transporte que usan. Los chicos montan el monopatín comúnmente para desplazarse de granja en granja o para ir al pueblo. Y los más pequeños son arrastrados por sus hermanos mayores en unos carritos que parecen de juguete y que a veces también son usados para transportar pesos ligeros.

Y los vestidos... a ver, a ver. Imagínense una fiesta patria norteamericana en una escuela con chicos y grandes vestidos al estilo granjero del 1600. Bueno, la diferencia es que es en serio y ocurre en este siglo. Gracias al trabajo aplicado de la mujer de la casa, los hombres visten siempre pantalones (sujetos por tiradores), chaqueta negra, camisa azul, gris o blanca con zapatos negros y sombrero de paja que se sacan sólo adentro de sus casas.

Las mujeres hacen la ropa de los hombres, sus propios vestidos y los de sus hijas, además de los manteles, la ropa de cama, cubrecamas o quilts y capelinas. Lo único que no hacen es el traje de domingo de los hombres. De eso se encarga un sastre profesional. Sí, aunque sea difícil de creer, lo de los cuatro vestidos es cierto. Usan por lo general un vestido verde, azul, gris o bordeaux hasta un poco debajo de la rodilla, un delantal negro tomado de la cintura, una capelina atando el pelo, que nunca cortan, y zapatos o zapatillas negras. En la granja van descalzas.

Tal vez es necesario aclarar que, a pesar de la supuesta escasez de ropa y de no tener agua corriente, son gente extremadamente limpia. Es muy simpático ver a los chicos, que son representaciones fieles de sus padres pero en escala reducida, con sus sombreritos de paja o
capelinas más pequeñas y vestidos, pantalones, delantales, chaquetas, camisas y hasta los tiradores. Sólo les falta esperar unos años para la barba.  La barba larga sin bigote es todo un clásico entre los Amish. Ni bien se casan (después de un año de cortejo) se dejan de afeitar la barba para demostrar que son hombres de familia. En cambio, se afeitan el bigote porque les recuerda la persecución sufrida a manos de los militares cuando todavía vivían en Europa.

Las mujeres demuestran su estado civil usando un pañuelo negro en la cabeza si son casadas, o blanco si todavía están a la espera de un candidato. Cuando una pareja joven se casa, recibe de la familia del novio la granja, y de la familia de la novia, el ganado y los muebles. La filosofía de los Amish predica la utilización de lo necesario, de lo que prevee la familia y del culto a la humildad. 
Ni las mujeres ni los hombres usan colores brillantes, joyas, adornos, maquillaje o tintura para el pelo. Aunque no lo parezca es Norteamérica y están a dos horas de Nueva York, capital del comercio mundial.

Sin televisión, radio, teleléfono y otra tecnología
Una de las cosas que más llama la atención de los Amish es su resistencia al uso de la tecnología. No usan autos, teléfono (usan unas cabinas de teléfono comunitario, sólo para casos de extrema urgencia), televisores, radio ni agua corriente, entre otras cosas. ¿Cómo es eso?  Regla número uno: la comunidad Amish no desea tener una relación física permanente innecesaria con el mundo exterior. Regla número dos: si algo no es estrictamente necesario, para qué tenerlo o hacerlo.

Las consecuencias de estas reglas pueden ser evidentes, pero igual sorprende mucho ver a estos expertos granjeros manejando sus carretas tiradas a caballo en medio de sus vecinos "normales" que usan Ford Chrysler o Chevrolet. O verlos trabajar la tierra con un viejo arado arrastrado por un par de mulas, o ver sus granjas sin cables eléctricos.  Para calefaccionarse en invierno o enfriar los alimentos en verano usan gas natural embotellado. Claro que las heladeras a gas son unos armatostes viejos; sin enchufe no les quedan muchas opciones.

¿Cómo hacen entonces para que las cosas "se muevan"? Como hacían hace mucho tiempo. Sus fuentes de energía son el agua (que mueve la rueda del molino), el viento (que mueve las aspas del molino de viento) y el gasoil. 
En realidad esto último es un parche que le tuvieron que hacer a la tradición cuando en 1950 las compañías lecheras les exigieron que usaran máquinas de ordeñar, en vez de hacerlo a mano. Y, obviamente, la tracción a sangre... suya y de sus caballos.

A pesar de no hacer uso de la tecnología, si los necesitan usan los servicios médicos otorgados por el Estado (para eso pagan impuestos como todos). Es más, algunos bebés pueden llegar a nacer en un hospital si hace falta. Pero como no tienen planes de medicina prepaga, tratan de estar en el hospital lo menos posible para evitar gastos desmedidos.

Granjeros
La familia es el fuerte núcleo que mantiene esta sociedad alejada de desvíos y perversiones. No son raras las familias Amish de ocho a diez niños con los roles del padre, jefe de familia, y la madre, bien delineados. Pero a la hora de poner el hombro, tanto uno como otro se levanta a las cinco de la mañana para trabajar la tierra, cuidar los animales, alimentar a los niños, llevarlos a la escuela, preparar los alimentos, coser y crear las quilt.
Como curiosidad, es una regla encontrar que la nuca y el cuello de las mujeres están quemados por el sol debido al constante trabajo en la huerta y a otros quehaceres al aire libre.

La cocina es el centro del hogar, es donde se reúne la familia y donde pasan las cosas más importantes. Las casas normalmente están adornadas con plantas, alfarerías o telas. Debido a su respeto por las citas bíblicas, no tienen ningún tipo de imágenes en las casas. Entonces, nada de posters de grupos de rock, de Leonardo di Caprio o láminas de la Gioconda. 
Y esta costumbre se aplica también a las fotos. No usan cámaras y en todo momento evitan ser fotografiados. No es raro que las postales que se venden en los negocios de souvenirs (sí, hay muchos empresarios que toman a los Amish como un "negocio") sean de granjeros de espaldas. Inclusive nos pasó a nosotros que cada vez que quisimos hacer un primer plano se dieron vuelta, y nos hicieron sentir su desaprobación... en fin, algún que otro pecado tuvimos que cometer.


Otra cosa que llama la atención a simple vista es la disciplina de los chicos. Desde pequeños se los ve trabajando e intentado aprender. La educación que reciben, si bien es bastante escasa en años, es suficiente para que sean todos unos caballeros y unas damas. 
Estudian sólo 8 años en una escuela de una única aula. Ellos piensan que la educación es buena en cuanto sirva para ser un buen granjero, un buen esposo/esposa, padre/madre o ama de casa.

En esta escuela aprenden inglés, alemán (para la misa), aritmética, geografía, historia, estudios sociales, arte, la Biblia, etc. Después del octavo año, se estila también que sigan asistiendo a clases tres horas por día para profundizar sus estudios.
Sin la artillería mediática a la que está sometida la mayoría del mundo occidental, los chicos encuentran en "mamá y papá" a sus héroes y sueñan con ser como ellos, ser los mejores granjeros o las mejores amas de casa. Simple, sin vueltas, como todo campesino.

A pesar de utilizar caballos y sistemas anticuados para trabajar la tierra, sus campos son tremendamente productivos. Eso sí, trabajan de sol a sol y no es una exageración. Su culto "bíblico" al trabajo los hace únicos en el empuje y la fuerza para salir adelante. Pero tal vez
sean más productivos simplemente por su sentido de solidaridad.
Por ejemplo, dos vecinos pueden aunar esfuerzos para comprar un arado y usarlo por turnos. Si alguien tiene un problema o está en apuros económicos, la comunidad entera no vacila un segundo y provee lo necesario para seguir adelante sin requerir posterior devolución de favores. Los Amish practican el: "hoy por ti, mañana por mí".

Cuentan los vecinos que no es raro que cuando un incendio acaba con el granero de madera de algún desafortunado, todos los hombres de la comunidad se junten y en un par de días levanten otro igual. Obviamente, sin deuda de por medio. Los niños van a trabajar la tierra con los padres desde muy chiquitos y tratan el manejo de la tierra con la naturalidad con la que un niño de ciudad maneja el control remoto de la televisión.
La vida disciplinada, las tradiciones ancestrales, las características del campo y la importancia de su comunidad los transforma en personas simples, transparentes, pacíficos, agradables y tremendamente solidarios. Es increíble como pueden llevar adelante sus vidas sin las "comodidades modernas". En sus miradas se ve reflejada la felicidad y la paz que representa para ellos vivir en una sociedad así. No creo que les sea fácil, ya que otra forma de vida los ataca por todos los flancos, pero se mantienen fieles a sí mismos. No puedo sino admirarlos y pensar… pensar mucho en nuestro propio rumbo.

El éxito de los Amish

Todos los días, a las seis de la mañana, un par de furgonetas aparcan junto al mercado municipal de Filadelfia, enclavado entre los rascacielos del centro de la ciudad. Del primero de los vehículos salen hombres con barbas hasta el pecho, tirantes y sombreros negros de fieltro. Del segundo, mujeres con pañuelos blancos en la cabeza y faldas largas de colores oscuros. Parecen actores caracterizados para una película de época, pero están lejos de ser una obra de ficción. Son amish y están ahí para hacer negocios. Detrás de su devoción religiosa y su estilo de vida espartano, representan a uno de los grupos de emprendedores que más éxito ha obtenido en Estados Unidos en los últimos años.
Los primeros inmigrantes amish cruzaron el charco a fines del siglo XVIII huyendo de la persecución religiosa en Holanda. El grupo original, de unas tres mil personas, creció y se multiplicó, tal y como les pide la Biblia, y hoy son más de 270.000, en comunidades repartidas por diversos estados americanos, aunque sobre todo en Pensilvania.

Sus creencias los han convertido en símbolos de resistencia a la modernidad. Están convencidos de que la tecnología los aparta de Dios y de las relaciones humanas y, por ello, se niegan a disfrutar de comodidades cotidianas como la electricidad doméstica, el teléfono móvil o la televisión. Las radios están permitidas, siempre que funcionen con pilas. Las neveras también, pero sólo las alimentadas con gas. Pueden montar en coche, pero no conducirlo. Y los únicos vehículos en los que pueden tomar las riendas, literalmente, son los carros de caballos. Para desplazarse por la ciudad alquilan furgones y chóferes, que los transportan en grupos hasta el mercado, donde son dueños del 30% de las tiendas.

Amós Miller es uno de los amish que salieron del primer furgón aparcado frente al mercado de Filadelfia. Su familia, como tantas otras en su comunidad, depende cada vez menos de la agricultura y cada vez más del comercio, la artesanía y los negocios. En la última década han fundado más de 10.000 empresas en sectores como la alimentación, el textil y los muebles. Miller, por ejemplo, convirtió uno de los terrenos familiares en una distribuidora de productos orgánicos que ya llega a 26 estados. Sus alimentos son vendidos también en el mercado central, donde tiene dos tiendas que coordina junto con su mujer.
Totalmente ajenos a la revolución tecnológica, los empresarios amish no han tocado nunca un iPhone ni sabrían qué hacer con un ordenador. Tampoco han pasado por una escuela de negocios, ya que otra de las limitaciones que impone su comunidad es recibir educación más allá de la primaria. Sin embargo, su tasa de éxito empresarial es sorprendente y sólo un 10% de sus actividades cierra antes de cinco años (en EEUU la mitad de las empresas creadas desaparece en ese plazo). ¿Cómo lo consiguen?


El interrogante se lleva tiempo planteando en muchas universidades de EEUU. Uno de los estudios más importantes al respecto fue conducido por el americano Erik Wesner, que estudió a fondo sesenta negocios amish y llegó a una serie de conclusiones. En su opinión, son básicamente tres las razones por las que sus hábitos, propios del siglo XVIII, resultan tan eficaces en el mundo moderno.

La primera razón está en lo que venden. En un mundo entregado a la fabricación en cadena, los amish van en dirección contraria y producen de manera artesanal, imprimiendo en sus productos un aura de autenticidad y originalidad. En la tienda de Miller, ninguna de sus mermeladas, tartas o panes lleva conservantes. Además, las frutas usadas fueron cosechadas en haciendas de la comunidad, que no utiliza ni una gota de pesticidas. La idea encaja a la perfección con la ‘fiebre orgánica’ que se vive en muchas regiones de EEUU, donde cada vez más consumidores están dispuestos a pagar más por productos etiquetados con adjetivos saludables. Y algo parecido ocurre entre los amish que se dedican a la fabricación de muebles, donde ofrecen la originalidad y maestría del carpintero de toda la vida frente a modelos ‘de fábrica’ tipo Ikea.

Es cierto que, a la hora de hacer negocios, los amish son más flexibles que en sus vidas privadas. Por ejemplo, se puede pagar con tarjeta en sus tiendas, ya que los negocios sí disponen de electricidad. Son sus empleados, sin embargo, quienes se encargan de pasar las tarjetas para que ellos no se tengan que ‘manchar’ con la ‘suciedad’ de la vida moderna. “No me siento mal por no saber usar la tecnología. Nuestro negocio depende menos de tecnología y más de productos y personas”, dice Miller con un inglés de pronunciación cargada. Los amish hablan con un fuerte acento porque el inglés es su segunda lengua. Su idioma materno, aprendido y hablado en la casa, sigue siendo el mismo de sus antepasados: una especie de holandés antiguo.

El segundo vector del éxito amish tiene que ver con la manera en la que llevan sus negocios y relaciones laborales. Dentro de la tienda de Miller, por ejemplo, trabajan su mujer y dos de sus hijas. Sus otros cinco hijos (sus tasas de natalidad son altísimas porque los contraceptivos también están prohibidos) se dedican a cultivar el campo y a envasar y preparar los productos. En definitiva, un negocio de enorme implicación familiar y con poquísima mano de obra externa. Además, sus empleados acaban también formando parte de una suerte de ‘familia’. “Los tratan con una mirada más humana. Esto tiene impacto dentro de la empresa, tanto en la productividad como en la fidelidad de los que trabajan para ellos”, dice a El Confidencial Erik Wesner.
El tercer secreto de su éxito está en el carácter conservador de sus decisiones financieras. Los amish no hacen inversiones en publicidad porque entienden que su cultura es ya un enorme reclamo por sí mismo. También son muy prevenidos en relación a los riesgos y nunca dan un paso adelante antes de calcular todos los escenarios, ni tampoco arriesgan su patrimonio en nuevas aventuras. ¿El motivo? Si una familia acaba en bancarrota tendría que explicarlo a toda la comunidad y asumir una enorme vergüenza pública.

La fórmula parece funcionar y todo indica que la nueva generación de emprendedores amish cosechará nuevos éxitos y dará de comer a un número creciente de personas. Se estima que doblarán su tamaño en diez años. No sólo tienen una tasa de natalidad elevadísima, sino también un reducido índice de abandono. A los 16 años, todos tienen la obligación de ‘degustar el mundo’ fuera del ‘universo amish’. Durante doce meses salen a vivir a las grandes ciudades, una fase conocida como rumspringa. Al acabar, pueden decidir si quieren seguir en su comunidad o si prefieren irse. El 93% de los jóvenes opta por lo primero. “Ser amish es más que seguir una religión, es un estilo de vida. El sentido de comunidad es muy fuerte y para ellos es muy difícil concebir la vida fuera de esta reserva”, indica a El Confidencial Donald Kraybill, de la Universidad de Elizabethtown.

Existe un último sostén de su prosperidad económica: el haber convertido sus particularidades religiosas y culturales en una gran atracción turística. En los alrededores de Filadelfia, los amish (que también son buenos albañiles) construyeron escenarios que recrean su estilo de vida y hacen tours guiados donde cuentan todo sobre su cultura, su quehacer cotidiano y las curiosidades de su religión. Al final de cada paseo, los turistas son conducidos a una tienda donde pueden adquirir sus productos y libros que glosan su historia.que trajeron sus antepasados de Suiza, aunque en muchas comunidades se habla inglés.